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El Telégrafo

Win-win

06 de abril de 2012

Deshojando margaritas, llegamos a la conclusión de quedarnos a mejor recaudo: el asueto lo pasaremos en casa. Nada de viajes, nada de cumbres. Enviamos la carta, no hay que ser malagradecidos con el anfitrión. Se hicieron las declaraciones públicas, se expusieron las razones, se presentaron los pretextos. En 3, 2, 1… comenzaron las críticas.

Y de repente todos creen en la imperiosa necesidad de asistir a Cartagena, de reunirse, de proclamar (llegado el caso) nuestra posición desde adentro. Y no suena descabellado. Además, se va a presentar Shakira, para los entusiastas. Pero no ir a la Cumbre parece una posición y un manifiesto mucho más sólido que cualquier moción que pueda ser interpuesta.

Porque, en el plano más realista y efectivo de la historia en la Cumbre de las Américas, de lo único que ha servido es para demostrar el grado de protocolaridad que tenemos en el continente. Y para enseñarnos cómo fracasar en la negociación de un tratado de libre comercio (léase ALCA).  Desde 1994, la Cumbre se ha convertido en el símbolo del neocolonialismo internacional y del intrascendentalismo diplomático. Como, en su gran mayoría, se desenvuelven los organismos internacionales. Lo que debía convertirse en el primer paso (o el paso que sea, a estas alturas) para la integración continental, se transformó en un club de presidentes, foto de banderas, apretones de manos y, si no te derrocan, te ves en dos años.

Esto no es nada nuevo. Y la posición que ha adoptado el presidente Correa puede ser la alternativa, no en el sentido ALBAísta, la verdadera alternativa para la creación de un sistema internacional más democrático y, por decirlo de algún modo, más ejecutivo. Y digo verdaderamente democrático. No como esa ilusión de “una nación, un voto” de la OMC. Una concepción diferente de lo que deben ser estos acercamientos diplomáticos. Y si al final no sucede nada, si continuamos con la Cumbre de las Américas menos Cuba, si seguimos con la palmadita en la espalda y los miembros sin obligaciones (pero con poder), entonces, por lo menos, habremos ahorrado en transporte. Win-win. 

El presidente Correa ha demostrado, pese al suspenso innecesario, que, en el menor de los casos, ha sido consecuente con su discurso. Se demostrará, cuando termine la Cumbre, que no nos hemos perdido de nada. El análisis servirá para traspasar la, muchas veces, limitada visión diplomática de las relaciones internacionales y entender el trasfondo político-estructural que maneja la región (y el mundo) y del cual nos volvemos dependientes (muy a pesar de nuestra soberanía constitucional). No será la solución; parece un buen comienzo.

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