Parecería que hay una diferencia abismal entre lo uno y lo otro, pero no, más bien el uno depende del otro. En esa línea de pensamiento, los mensajes políticos son el producto de una estrategia de neuromarketing político que se aplica a segmentos específicos de la población, de acuerdo con sus expectativas y necesidades, se trata de mensajes claros y contundentes, direccionados al corazón para posteriormente alojarlos en el cerebro en busca del voto, ni más, ni menos.
En el entorno de las grandes ciudades, donde aproximadamente una persona recibe 3.500 impactos publicitarios al día, la capacidad del vendedor deberá echar mano de todos los artilugios posibles para que su “cliente” pueda retener el mensaje. Para mal o para bien, la política se ha transformado en un acto transaccional de comercio, por un lado el político vende imagen y expectativas (algunos estarán pensando en la palabra humo) y por otro lado la gente compra ilusiones para salir de sus problemas, es en estas circunstancias, cuando se cumple el axioma “marketinero”: No vendas a la gente, véndele a la mente.
Luego de un cuidadoso trabajo de selección, investigación y creación, los candidatos que saben los detalles del proceso, pueden llegar a buen puerto y conseguir el objetivo, en cambio aquellos que no consultan y creen saberlo todo, resbalarán y caerán estrepitosamente en la arena electoral.
En política todo se mide, todo se calcula y hasta la improvisación se planifica, nada se da por generación espontánea.
Atrás quedaron los tiempos en que las grandes concentraciones de masas, los potentes discursos que daban cuenta de una oratoria privilegiada y convincente cercanía, eran argumentos suficientes para sentarse en los solios, hoy, las personas compran personas de otra manera (people buy people), la era digital llegó para quedarse, la pantalla y las redes sociales han reemplazado al tumulto y al griterío.
Existen estudios sobre temas electorales que han determinado, por ejemplo que, para diseñar un plan de marketing político es necesario contextualizar, porque los estados de ánimo no son los mismos un lunes a primera hora que un viernes a las puertas de un feriado. Se ha comprobado que en tan solo 8 segundos promedio, un votante indeciso, decide su voto en la puerta del recinto electoral, recuerda algo atractivo, un color, una frase, una imagen e inclina la balanza.
Los partidos y los candidatos en la actualidad tienen ese reto, lo que deben hacer ya está inventado, solo es necesario descubrirlo y ubicarlo correctamente, quien no pregunta, quien no consulta, quien no busca una opinión técnica e informada, tarde o temprano fracasará en el intento.
Estamos en pleno desarrollo de la inteligencia artificial a la que no hay que tenerle miedo, la consultoría política lo sabe, a lo que de verdad si hay que temerle es, a la estupidez natural.