Las autoridades del distrito metropolitano de Quito han llamado a un concurso público para darle denominación al nuevo aeropuerto internacional de la capital, presto a inaugurarse en los próximos meses.
La convocatoria mencionada, expresión del clima verdaderamente democrático que vivimos, responde ciertamente al ideal de que construcciones sustanciales tengan y asuman designaciones de lugares geográficos y de hombres, de mujeres, de colectivos, célebres y fundamentales.
En otras palabras, que la materialidad física de una obra de infraestructura esté íntimamente ligada a la preeminencia de seres humanos, aquellos que lo entregaron todo por la salud del conglomerado social.
Estas acciones logran sustancialmente descifrar la incógnita de la evocación y los recuerdos y la realidad cotidiana para generar la identidad nacional.
Los nombres de personajes sugeridos hasta ahora son realmente importantes y con justicia merecen el reconocimiento de todos:
Desde Carlos Montúfar, el criollo designado comisionado regio por la junta central de Sevilla, patriota y luchador insigne por la emancipación americana fusilado en Buga en 1816. O el gran Mariscal de Ayacucho, Antonio José de Sucre, vilmente asesinado en Berruecos el 4 de junio de 1830, como preludio siniestro de lo que sería la desmembración del sueño de Bolívar: la “Patria Grande”; y muy especialmente el de doña Manuela Sáenz Aizpuru, quiteña maravillosa que con sublime amor y valentía incomparable compartió con el Libertador las jornadas de triunfos y glorias y las de amarguras infinitas, que entregó su talento y fortuna a las causas más nobles de la humanidad: el amor, la libertad, la justicia.
Manuela Sáenz -qué duda cabe- es la más valiosa y significativa ecuatoriana del siglo XIX, pero también es la figura histórica que más agravios, ingratitudes y desprecios recibió y aún recibe por parte de la pacatería nacional e internacional, de esa “sociedad hipócrita, tragahostias y cuentachismes” como lo escribió Benjamín Carrión, señora adelantada de su tiempo que atesoró su inquieto y rebelde espíritu, y aun en la infinita serenidad de la invalidez estuvo altiva y libre de las limitaciones insuperables de sus males terrenales.
Manuela, en su profunda relación amorosa con el padre de cinco repúblicas sudamericanas, supo comprender los extravíos de la política primitiva de esos años y arrebató a algunos colombianos el “INRI” de parricidas en la nefasta noche septembrina.
Expulsada por Rocafuerte y por Santander del Ecuador y Colombia, y relegada en Paita en una miseria infamante, prefirió vivir digna y honorable antes de sucumbir a la tentación y a los cantos de sirena de los usufructuarios de la herencia bolivariana.
Pero por sobre todo es representante del género perfecto -creado por Dios-, el femenino, al cual se ha tratado de invisibilizar siempre.
Hay en Caracas la Quinta de Anauco, en homenaje a Simón Bolívar; en Bogotá está la Quinta de Bolívar, en Lima la Magdalena Vieja, en el Ecuador los monumentos al héroe son múltiples. ¿Y qué con Manuela Sáenz?, ella merece igual agradecimiento.
Por todo ello, considero que se afirme la posibilidad de que el nombre de Manuela Sáenz Aizpuru sea el título que cubra el aeropuerto de Quito y decir con Pablo Neruda: “Llama a tu cuerpo, busca tu forma desgranada y vuelve a ser la estatua conducida en la proa”.