¡Mil veces democracia! Ganó la sensatez que venció al miedo al elegir a dos jóvenes contendores- una candidata de izquierda y otro de derecha- quien sorprendió al electorado al capitalizar un voto de jóvenes ecuatorianos al plantear soluciones a graves problemas como salud, desempleo, educación y por supuesto inseguridad. Nada confrontativo, pese haber sido asambleísta, es un rostro fresco en la arena política.
Ganó también la paz, el amor patrio y la convicción de que el miedo no paraliza a los compatriotas, insumos indispensables para quien resulte electo en la segunda vuelta, el 15 de octubre y asuma con la misma entereza y valor que su pueblo lo hizo al acudir a las urnas.
Ecuador vive en medio de sombras tenebrosas: auge de narcotráfico, violencia, secuestros, extorsiones, estancamiento económico, asesinatos, sobornos, masacres y muchos fracasos; considerado como el proceso más violento en las últimas dos décadas por los múltiples asesinatos a candidatos y autoridades en funciones. Los electores demostraron que el voto es el poder de expresión en democracia.
Parecería que no hay Estado. El ciudadano siente indefensión, frustración, dolor, impotencia, inestabilidad, abatimiento y daño a la salud mental, tras las acciones de violencia y operaciones sicológicas que buscan sembrar el terror; también millones de ecuatorianos entendieron que esta diaria pesadilla no es bienvenida y ejercieron su derecho en las urnas para elegir al nuevo presidente de la República y asambleístas, con la esperanza de recuperar la armonía y sosiego que requiere el país.
En Ecuador, más allá de las distancias ideológicas, 13 millones de ciudadanos habilitados para el sufragio, tenían claro que la lucha es entre mafias y democracia; es decir, entre opresión y libertad. La sabiduría del pueblo expresada en las urnas trajo rayos de luz y optimismo, al definir a dos candidatos para la segunda vuelta y una nueva integración de bloques en la Asamblea Nacional.
Muerte, amenazas y amedrentamiento por revelar la verdad de la corrupción son hechos que hay que condenar y denunciar con toda energía. Libertad de palabra entraña también al periodismo libre. El periodismo siempre se colocará del lado de la libertad y de la democracia; solo de pensar que los candidatos, autoridades y periodistas que están en alto riesgo, deban usar un chaleco antibalas y protección, ya es un horror. No se debe ni puede naturalizar el hecho. ¿Qué debemos hacer los ciudadanos de a pie?
En el caos que reina, libertad de palabra entraña también al periodismo libre, porque opresión es el antónimo de autonomía y república; cuando estas dos palabras sacramentales se reflejan en el espejo oscuro de que ya hablaba San Pablo en su Epístola a los Corintios: “Ahora vemos por un espejo, en obscuridad; más entonces veremos cara a cara…”. Ver cara a cara a las palabras sin ataduras y sin mengua, alzarse en su libre vuelo hacia las verdades, es lo que el periodismo pretende.
Una lengua que comunica a 500 millones de seres humanos, pero qué a la vez, es la lengua en que se cuenta la realidad, la Historia e historias a través del periodismo como una ventana siempre abierta; el mejor de los miradores para acercarnos a ese mural en constante movimiento que es nuestro universo.
A veces no se ve lo que tantas veces quisiéramos ver: justicia, democracia, igualdad y equidad; aún hay en el paisaje mucha inequidad, opresión, carencias, desajustes y violencia. Pero también hay esperanza. El periodismo es testigo de ese paisaje iluminado y doliente a la vez y es testigo de cargo.
Como decía José Saramago, nuestro oficio es levantar piedras. No es culpa si debajo de ellas, se encuentra monstruos. De allí que la pregunta para qué sirve el periodismo, es ociosa porque es una aventura vital para quien la elije como oficio, una aventura llena de riesgos porque la ética del periodista es la verdad y al decir la verdad se incurre siempre en peligros.
Es un oficio cargado de verdades que suelen ofender a los poderes arbitrarios, empeñados en castigar la palabra; éste no ofrece respuestas, abre preguntas, cuestiona. Exhibe, revela, deja constancia. Cuándo es un oficio verdadero, es una forma de recuperar la memoria y de preservarla. Vivo en mi lengua que es mi patria. ¡Vivo porque escribo!