Lucía impecable. La oposición se frotaba las manos ante una promesa de recambio. Iba de abrazo en abrazo con una sonrisa tatuada en el rostro. Pero una vez iniciada la travesía, no hubo brújula y buena parte del flamante equipo de Mauricio Rodas terminó saltando por la borda. La ciudad todavía se siente un poco a la deriva.
Esa mayoría de quiteños pensó que votó correctamente. Pero cuatro años después estoy seguro de que muchos no dudarían en hacer un arrepentido enroque de Rodas por Augusto Barrera. Una campaña electoral es como una obra de teatro. Los personajes no son las personas, los libretos no reflejan los pensamientos de esas personas y la escenografía propone espacios inventados. Se proyectan héroes y antihéroes en un proceso para generar empatía con el público. Cuando se encienden las luces después de los aplausos y la elección, nos quedamos con una realidad distinta.
En este montaje de caretas y frases comunes, corremos el serio riesgo de votar mal. O de no votar, que es el equivalente a votar mal. En junio de 2016, casi todas las encuestas daban como amplio ganador al “no” en el plebiscito británico sobre la salida de la Unión Europea. Pero sorpresivamente, casi el 52% de los votos fue a favor del Brexit porque el 28% de las personas habilitadas para votar se quedaron en casa ese día. Llenos de arrepentimiento, pedían un segundo referendo. Hoy, Gran Bretaña teme una marcada desaceleración de la economía a partir de 2019.
¿Qué más significa votar mal? Distraerse con candidatos sin posibilidades cuando la historia te convoca a que te comprometas de verdad. En las elecciones de EE.UU. en 2016 Hillary Clinton superó a Donald Trump con 2,8 millones de votos a nivel nacional. Pero en ese país no cuenta el voto popular sino el valor asignado a cada estado. El candidato que gana un estado se lleva todos sus “votos electorales”. Clinton perdió los estados de Pennsylvania, Michigan y Wisconsin por un estrecho margen (literalmente miles de votos). Una encuesta del diario The Washington Post hecha un año después revela que la mayoría de personas que votaron allí por el candidato libertario o por el postulante del Partido Verde estaba arrepentida. Con la mitad de esos votos Clinton llegaba a la Casa Blanca.
Circula en redes una invocación desde Bélgica para “no votar por personas sino por una gran causa” en las próximas elecciones. Solo recuerden que no vamos a elegir alzamanos sino personas que administren las ciudades y provincias. El culto al borregueo electoral es, sin duda, la manera más flagrante de tomarle el pelo al lugar donde vivimos. (O)