El legado material de Eloy Alfaro de mayor trascendencia en el desarrollo de la vida nacional, el ferrocarril trasandino que resume en sus locomotoras, vagones, vías férreas y atractivas estaciones, páginas importantes de la historia ecuatoriana, el tren que representa el sentimiento de la más profunda nacionalidad del Ecuador, acaba de volver a la vida en su tramo Durán-Quito, que comprende un trayecto de 500 kilómetros. Y esto ha sucedido gracias a la decisión del gobierno de la Revolución Ciudadana, luego de 33 años de criminal abandono por parte de los gobiernos anteriores que no supieron defender y proteger una de las joyas más valiosas del patrimonio nacional, administraciones aquellas empeñadas tan solo en privilegiar los intereses de los grupos más poderosos del país y de encontrar fórmulas para asaltar de manera permanente los recursos del Estado en beneficio propio.
Considerado el tren patrimonial más importante de Latinoamérica por su enorme valor histórico, así como por su audaz tecnología a la que se debió acudir en su construcción -obra magistral de ingeniería en cualquier tiempo, necesaria para dominar una topografía agreste y peligrosa, con paisajes de asombrosa e impresionante belleza-, cubre un total de 700 kilómetros, tomando en cuenta el tramo comprendido en la ruta Quito-Ibarra-Otavalo-Salinas-San Lorenzo. El ferrocarril, que fue el nexo entre las poblaciones de las diversas regiones de la patria y un estímulo creciente para el intercambio comercial de la producción nacional, se convirtió en el proyecto que apasionaba a don Eloy Alfaro. Sobre su escritorio se encontraban siempre planos de líneas férreas y caminos que irían a cruzar el territorio de la nación. Y no descansó hasta culminar la gigantesca y accidentada construcción del ferrocarril trasandino, que poco tiempo después de haberse empezado durante la administración de García Moreno permanecía detenida a causa del desinterés de sucesivos gobernantes.
En un colosal esfuerzo que tuvo la participación de 10.000 indígenas y 5.000 jamaiquinos traídos por los constructores desde su lugar de origen, a fin de que pudieran reemplazar con mejores perspectivas la fragilidad de los pobladores de nuestros Andes ante las fiebres tropicales, el funcionamiento de la impresionante maquinaria de transporte se hizo por fin una realidad en la ceremonia presidida por el presidente Alfaro, cuando el 17 de junio de 1908 el histórico tren fue recibido con dianas y fanfarrias en su emocionante arribo a Quito en la terminal de Chimbacalle, al finalizar su viaje inaugural desde Guayaquil. Ahora, luego de más de 3 décadas de abandono e irresponsabilidad delincuencial, el equipo de técnicos y especialistas encargados de la rehabilitación del ferrocarril ecuatoriano -testimonio de importantes pasajes de nuestra historia, como el último viaje que realizaron pocos días antes de su cruel asesinato, Eloy Alfaro y sus más allegados a bordo de la misma maquinaria que él ordenó construir- recibieron el tren “destrozado, deshuesado, asaltado -de acuerdo a expresiones de uno de los jefes del grupo de rehabilitación-. De 700 km de trazado, solo 20 se encontraban adecuados. El resto no existía. Se los habían llevado en peso”.
Con esto, aquellos delincuentes sentenciaron a muerte a más de un centenar de poblaciones que se convirtieron en comunidades fantasma, pues el tren constituía su pilar existencial.
Pero actualmente, después de la rehabilitación del ferrocarril de Alfaro, esos colectivos vuelven a la vida económica, turística y social, contribuyendo así a la integración y a la unidad nacionales.