Aunque la población del mundo aún era pequeña, en los años 100 d.C. los centros económicos del mundo euroasiáticos se movían con furor. Sus cadenas de comercio de bienes de lujo, alcanzaban hasta China. Las ciudades, sobre todo las romanas, eran conjuntos monumentales impresionantes que buscaban con su artificio corregir imaginariamente el caos de la naturaleza.
Tres siglos después, los llamados pueblos bárbaros invadieron el sur de Europa y lograron controlar el área alrededor del 476 d.C. Las ciudades se despoblaron, los cultivos extensivos se abandonaron y los caminos fueron envueltos por la vegetación. A causa de epidemias y pestes la población de 30 millones se redujo a la mitad. El sistema basado en la moneda de oro, el comercio de bienes de lujo y la producción de granos, colapsó.
Se dio paso, entonces, al Medievo, época que duró en Europa alrededor de 1.000 años, en la que predominó la organización rural, mientras la circulación a larga distancia y el intercambio se hicieron lentos. No todo fue malo, puesto que se desarrollaron unidades medianas relativamente autosuficientes, menos dependientes de cadenas de intercambio a larga distancia.
En el siglo XV Europa inició nuevamente la carrera de la urbanización y el comercio de productos de lujo basados en monedas de plata y oro. Pero esta vez, la escala fue planetaria: se produjo un veloz aumento de población, crecimiento de ciudades, desarrollo de la tecnología y la industria, cadenas planetarias de comercio y especulación, interdependencia excesiva, sobreexplotación de recursos naturales, manipulación genética y enajenación masiva.
Estamos en el instante en que ese modo de vida, reconocido indistintamente como capitalismo, sistema mundo y globalización, parece estar tocando fondo. Los indicadores del colapso están a la vista: pandemia, alteración natural o inducida de ecosistemas y recesión de la economía, discreto nombre con el que se denomina a algo más severo.
¿Volveremos al medievo? No hay respuesta cierta. Caminamos al parecer hacia un nuevo momento. Quizás lo que vivimos sea una especie de dolor de parto, para dar a luz vida. Quizás sea una oportunidad para superar el estado de enajenación colectiva y recuperar conciencia social y cósmica. (O)