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El Telégrafo
Orlando Pérez, Director de El Telégrafo

Volver a tener Patria, la utopía siempre en duda

09 de agosto de 2015

Muy provocadoras las palabras de Xavier Lasso: “Veo a cierta clase media quiteña peligrosamente violenta” y “Veo un gobierno con un código demasiado guayaco”. Quizá ellas encierran o grafican ese algo que está en el devenir nacional como un proceso y esfuerzo colectivo y como ese legado de Benjamín Carrión: Volver a tener Patria.

Como si nuestras expresiones regionales (culturales) volvieran a medir fuerzas o a expresar lo que somos en un diálogo real (la política), esas palabras han provocado una reacción como si viviésemos los finales del siglo XX, cuando las élites serranas y costeñas disputaban la salida de la crisis económica a su favor y reivindicaban el quiteñismo y el guayaquileñismo como la razón de su existencia única.

Y como el propio Lasso lo advierte, la reacción de esos ‘clase media quiteños’ ha sido violenta a sus palabras, que constituyen la reflexión de un guayaco con 40 años de vida en Quito. ¿Por qué ocurre ello? ¿Hasta dónde volver a tener Patria sigue siendo un esfuerzo complejo, complicado y hasta cierto punto utópico en un país donde parecería que el Estado nacional agoniza y sus regionalistas insisten en no dejarlo morir? ¿El actual conflicto democrático en el que nos hallamos estos días es la prueba de que no queremos Patria sino patrias, cada una hecha al modo de cada uno, de espaldas a un proyecto nacional estructurado en el pensamiento y la esperanza de muchos patriotas que forjaron nuestro devenir como una herencia para la democracia plena, social, incluyente e igualitaria?

Y como no hay casualidad alguna, de pronto cayó en mis manos, esta semana, el libro El siglo de Carrión, de Fernando Tinajero, que hoy recibiría el premio Eugenio Espejo. Y digo de pronto porque son esos encuentros inesperados con unas páginas que te dicen muchas cosas para entender el presente con el peso de la memoria. Tinajero ahora es un crítico del Gobierno, trabajó en algunos proyectos sustanciosos que no tuvieron el suficiente eco en este mismo Gobierno, pero también es verdad que cierta vanidad del mismo Tinajero lo alejó de seguir colaborando, porque quizá, como ya ha ocurrido con otros pensadores (de su generación), mientras no se haga lo que ellos piensan, nada está bien. Y está en su derecho, lo tiene bien ganado.

Lo cierto es que su libro me ha encandilado para entender mejor este presente. Es polémica su tesis de que Benjamín Carrión “encarna una época”. Hay historiadores e intelectuales muy críticos con ese modo de ver el impacto de un pensamiento, obra y personalidad en el quehacer de una nación y en su cultura. Pero más allá de eso, es cierto que Carrión movilizó con su trabajo y pensamiento a Ecuador y constituye todavía ese gran ‘jerarca’ que impone el tono del debate y a quien debemos la ‘extensión’ de nuestro país en el extranjero, gracias a su prestigio.

El libro de Tinajero tiene pasajes solemnes sobre nuestro modo de ser y cómo ese Volver a tener Patria adquiere permanentemente una relevancia política para entender qué mismo somos. Pero, además, repasa momentos de nuestra historia, como los primeros años de la década del sesenta, que parecerían retratar el comportamiento político de los actuales opositores, de ciertas fuerzas oscuras y de los hilos de la desestabilización. Al dialogar con los autores que han estudiado esa época, Tinajero recupera esa frase de Patricio Moncayo para calificar de “izquierda ficcionista” a aquellos grupos, como los de ahora, que se sienten prevalidos de una moralidad política y de cierta aura celestial para juzgar todo desde la vara de sus moralismos y no desde la compleja realidad del ejercicio del poder, en un país aún racista, regionalista, mojigato y curuchupa.

Tinajero describe esos años y parecen calco de ahora: “Reclutando sus adeptos en las capas medias, haciendo abstracción de las condiciones específicas del Ecuador y violentando los caracteres reales de su estructura social y política, esa izquierda ficcionista pretendió reemplazar con su fe revolucionaria la escasa efectividad de las organizaciones de masas, que se habían desarticulado por la misma intervención del señor (Phillip) Agee (agente confeso de la CIA) y sus infiltrados en las filas sindicales”.

Ojalá en el futuro miremos esta etapa de Ecuador con los ojos con los que ve Tinajero los primeros años de los sesenta para entender por qué esa izquierda aborta procesos enriquecedores por el solo afán de imponer su fe y por la escasa organización social que ahora se quiere reemplazar con ‘tuits’ y tomas de televisión para de ese modo convencerse de que hace lo correcto. Quizá también para entender a la derecha que ahora, como en los sesenta, arropa utilitariamente ciertos postulados de la izquierda.

Y para algo más: para entender por qué cierta clase media quiteña se violenta y por qué el Gobierno actual trabaja con un código demasiado guayaco, como expresa Xavier Lasso. Y ojalá de ese modo podamos asumir para qué mismo sirven las relaciones humanas. (O)

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