Los neoliberales tienen como su principal objetivo mercantilizarlo todo, disminuir el Estado, permitir el libre flujo de cuanto pueda ser vendible, e incrementar el consumo y las ganancias de un grupo reducido.
Pero aunque su fin es económico y político, buena parte de su estrategia es cultural, por ello intentan dominar todos los medios de comunicación, buscando persuadir a los individuos y a la ciudadanía. Por otra parte, intentan de todos los modos posibles penetrar los fundamentos de los sistemas de educación públicos y privados, porque allí se definen los modos de pensar, se forma la conciencia y la ideología, entendida esta como la idea de lo que debe ser el mundo.
Los gobiernos y procesos políticos que caminan movidos por la utopía y nuevos paradigmas, y en su andar construyen las bases del socialismo, solo podrán avanzar si revierten la hegemonía de la cultura afín al neoliberalismo y logran desarrollar una conciencia social, que se erija sobre valores de justicia social y solidaridad, y se construya sobre la memoria, la identidad colectiva, la racionalización y problematización de la realidad.
La coyuntura política (que ya lleva más de diez años) de América Latina permite hoy que la tendencia de izquierda gobierne en algunos países, enunciando la construcción del poder popular. La continuidad de esos procesos descansa en la existencia de una sociedad con una ideología y unas bases programáticas de izquierda, que identifique con claridad cuáles son los peligros que trae a la humanidad el predominio de un capitalismo salvaje y demencial, que provoca no solo el empobrecimiento de grandes mayorías, sino guerras y la destrucción del planeta.
El lugar en el que se puede cultivar la conciencia social es fundamentalmente el sistema de educación, espacio donde en principio se debe aprender a filosofar. Filosofar no debe pasar de moda; filosofar no contradice la necesidad de aprender destrezas; filosofar no cuestiona el lenguaje matemático.
Fundamentalmente, filosofar desborda la escala individual, nos motiva a elaborar las grandes cuestiones que atañen a los problemas del mundo, y nos induce a buscar las respuestas.
La mayor capacidad de una sociedad no está solo en solucionar problemas puntuales o crear extensiones tecnológicas a nuestros cuerpos, sino en elaborar las preguntas propicias relacionadas con la maravilla de la vida.
Si algo caracteriza a esta nueva era es la doble mediación que se interpone entre nosotros y el mundo: ya no solo operan nuestros sentidos y las representaciones que hacemos acerca de lo que está afuera, sino un segundo velo que nos impone una sucesión de imágenes falsas como si fueran reales.
Cambiar por un momento la perspectiva vertical, acostarse sobre petates y mirar todos juntos al cielo nos coloca en la escala y nos conmueve. Al hacerlo, en el instante se destruye el cuadrado del plasma y el marco digital, que virtualizan nuestros sentidos, reducen el mundo y lo desvirtúa.
Hay que volver a filosofar porque “sorprenderse, extrañarse, es comenzar a entender”. (José Ortega y Gasset). (O)