Todos recordamos con agrado aquella famosa frase de John Lennon cuando en uno de sus conciertos, al que asistió la reina Isabel de Inglaterra, dijo: “Los de arriba pueden aplaudir, y los de abajo pueden hacer sonar sus joyas”. La reina Isabel forma parte de una de las monarquías más enraizadas de Europa; con nobleza y abolengo. Aunque sin mucha belleza. Por ello, supongo que debe divertirse mucho en los concursos en los que se eligen reinas. Es decir, otras reinas. Las falsas, sin nobleza ni abolengo, pero sí con belleza.
Las fiestas de casi todas las ciudades, grandes y pequeñas, de Ecuador, se abren siempre con la elección de la reina de la ciudad. Actos fastuosos en donde se exhibe a las mujeres ante la multitud de espectadores, sobre todo hombres, que lujuriosos babean cuando las candidatas desfilan en trajes de baño; bikinis diminutos que buscan mostrar los atributos físicos de las jóvenes mujeres. Atributos que deben estar en la línea del “canon” de belleza impuesta por las grandes transnacionales del negocio de la belleza.
Negocio lucrativo vinculado con la moda, los medios de comunicación, el cine, etc. Y si no están en esa línea, interviene el otro gran negocio, la estética femenina. La cirugía y el bisturí lo arregla todo; narices, senos, caderas y culos. Una vez electas viene no solo el “glamour” de ser parte de la máxima representatividad de la ciudad, sino que tienen garantizada su vida laboral; pasan directo a conducir informativos y programas de televisión. No importa que no sepan leer bien; buenas piernas y lindo rostro son suficientes.
En pleno siglo 21 resulta absolutamente anacrónico que sigamos eligiendo reinas de belleza. El pretexto, en el caso de Quito, es casi de risa: “Queremos servir a la ciudad y ayudar a los más pobres”. Como si para eso no estuvieran el Patronato Social y los propios municipios no tuvieran políticas sociales. Elecciones que son excluyentes, racistas y discriminatorias. En Quito es aún peor, porque se elige también la reina de las parroquias, evento sin mucha promoción, al apuro y que ningún canal de televisión lo transmite en vivo. Claro, son las reinas de los pobres.
Estas elecciones de reinas revelan, sin duda, el carácter colonial de la modernidad ecuatoriana, como diría Aníbal Quijano. Pero lo más grave es que ni la llegada de la Revolución Ciudadana al Municipio de Quito ha logrado mover un ápice esta “tradicional” elección. Sus concejales lanzan campañas contra la discriminación de la mujer, contra la violencia de género y contra las agresiones sexistas en los espacios públicos. Pero todo lo olvidan cuando llegan las fiestas de Quito; esos mismos concejales, felices y sonrientes, son jurados en las elecciones de reinas y luego van a los toros y pasean orgullosos de sus brazos y zapatean al ritmo alborozado de ¡Viva Quito!