Ganó Cristina la elección en Argentina. Con el 53% de los votos; quien le siguió -una alianza hegemonizada por el socialismo- obtuvo el 17%, con lo cual la diferencia es del orden de 36 puntos porcentuales, un récord histórico en la Argentina posdictadura.
Es el premio al tesón, pero a la vez a la sensibilidad y la inteligencia. Una presidenta -ella prefiere que la llamen así, con “a” final- que trabaja hora a hora y día a día con una energía sorprendente, más aún para quien perdió a su esposo hace ahora justamente un año. Inaugura e inaugura, produce y produce, se reúne y recibe todo tipo de interlocutores. Representa los intereses de los que menos tienen, pero habla elegantemente ante los que más poseen. Sus discursos jamás son leídos, sostiene una dicción y un léxico envidiables, junto a una precisa composición gramatical. Siempre está bien arreglada, en medio del torbellino de su actividad. Y sostiene el luto y la emoción, es mujer cabalmente, embargada de llanto cuando lo recuerda a “él”, a Néstor Kirchner, a aquel con quien llegó a la militancia y a ocupar cargos políticos sucesivamente más importantes.
La reacción golpista quiso destituirla en 2008 cuando las patronales del campo se lanzaron ferozmente en su contra, con cientos de rutas obstruidas a la vez. Estuvo a punto de la derrota, y con su marido sacaron fuerzas de flaquezas; en el momento más difícil se lanzaron a leyes casi imposibles (como la de matrimonio igualitario o la ley de servicios audiovisuales) y lograron que se aprobaran. Ensancharon así el campo de lo posible, mostraron que la política puede no ser esclava de la economía y del fatalismo posibilista, que es una efectiva herramienta para mover la historia.
Hoy -apenas tres años después del despiadado ataque opositor y mediático, que no finalizó entonces- el gobierno de Cristina Kirchner goza de un amplio apoyo popular. La fórmula es aparentemente sencilla, pero nada fácil de asumir: buena macroeconomía expansiva -nada de ajustes- e importante presencia estatal y distribución social. Los sectores populares apoyan desde el inicio, y ahora lo hacen también parte de las clases medias y del empresariado, y por cierto muchísimos jóvenes.
Es que ese horizonte de lo posible se ha ensanchado, y la voluntad de cambio permea la sociedad; voluntad que, como un viento claro desde el Sur, marca hoy la afirmación colectiva expresada electoralmente por el pueblo argentino.