La resurrección de Jesús no es únicamente un acontecimiento personal y espiritual. Tiene una dimensión social, a la vez religiosa y política: es la derrota de la religión dominadora judía y del poder opresor de los romanos.
En la cruz, Jesús se sintió abandonado y no estaba seguro de que sus opciones fueran las acertadas. Pero lo dejó todo en las manos de Dios: “Entre tus manos entrego mi espíritu”, o sea, toda su vida. Nos dio a entender Jesús que quien tenía la última palabra era Dios. De hecho, la respuesta de Dios fue la resurrección de Jesús. Con ella triunfa su proyecto y es derrotado el proyecto religioso de los judíos y político de los romanos.
Dios confirma todo lo que Jesús había dicho y puesto en marcha, en resumen: el Reino, es decir una nueva manera de vivir y creer personalmente, de concebir el poder, de construir las relaciones humanas, sociales, económicas y políticas.
Recordemos, por una parte, que los motivos de condenación a morir crucificado fueron a la vez religiosos y políticos. Se acusó a Jesús de querer destruir el templo y sabemos que el templo era el corazón podrido de la religión judía.
Los judíos se oponían también a la concepción de Jesús que ponía a los pobres como los preferidos de Dios y los herederos y protagonistas del Reino. Por otra parte, se le hizo a Jesús dos acusaciones políticas: primero, la de agitador y alborotador de las gentes, o sea de subversivo, por poner en tela de juicio los impuestos romanos que eran el sustento del imperio y de la dominación romana. La segunda acusación política es que se rebelaba contra el emperador al desconocer su divinidad: “Denles a Dios lo que es de Dios y al César lo que es del César”.
Con el proyecto del Reino, Jesús se enfrentaba no solo a personas sino también a estructuras de dominación religiosas y políticas. La muerte de Jesús representa su mayor solidaridad con la suerte y el proyecto de los pobres. La resurrección es la confirmación del éxito del Reino. Gracias a Dios, desde ese entonces, están en marcha una nueva manera tanto de creer y servir a Dios como de vivir y organizarse en sociedad.
Para los que nos decimos cristianos, la resurrección es el compromiso, al ejemplo de Jesús, de construir el Reino, o sea, la Iglesia y de la sociedad a partir de los pobres contra todos los poderes de dominación. Así nos lo anunció Jesús: “¡Ánimo, he vencido al mundo!”, es decir, la maldad y sus estructuras de dominación religiosa y política.