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El Telégrafo
Mónica Mancero Acosta

Vicepresidente, ¿conspirador a sueldo?

15 de diciembre de 2018

“Conspirador a sueldo” fue una de las frases históricas de Velasco Ibarra para referirse a una figura incómoda y ambigua en un régimen presidencial, la o el vicepresidente. Según la propia Constitución ya cunde la sospecha sobre su rol, pues le corresponden exclusivamente funciones que sean designadas por el Presidente o, en último caso, ser su reemplazo.

La caída y sucesión de tres vicepresidentes en menos de dos años da cuenta de cómo la corrupción cundió en las altas esferas del poder. Poner como candidato a un vicepresidente con serios indicios de corrupción, como fue el caso de Jorge Glas, constituyó una forma de blindarlo que no dio resultado, pero también una afrenta a los ecuatorianos.

Tampoco la siguiente elección fue muy feliz, una vicepresidenta con una actitud política intransigente y con prácticas que denotaban sospechas sobre tráfico de influencias terminaron estallando en una desestabilizadora situación. Hoy, para la elección de vicepresidente, se ha ido al extremo opuesto: a la cancha de los independientes, casi a la antipolítica, y a un perfil sin experiencia en la gestión de público. La supuesta bondad ha sido buscar un perfil no contaminado con la política.

Hay una confusión bastante irresponsable e interesada en el régimen, en los medios y en la derecha que apoyó la selección: pensar que lo no político y un aparente éxito en la gestión de lo privado puede ser una carta de presentación que catapulte a lo público. Nada más erróneo. Los griegos diferenciaron muy bien el oikos, esto es el manejo de la economía y los intereses privados de lo público, del bien común que se expresaba en la polis. Quien dedica sus esfuerzos por velar por sus intereses, difícilmente va a trasladar estas prácticas al interés común, más bien puede ocurrir lo contrario.

Mi opinión es que debía ser mucho más meditada y sopesada esta decisión, por la particularidad, además, de que es un nuevo vicepresidente que no cuenta con la legitimidad de la votación popular. No se trataba de elegir a un correísta, que con esos ya sabemos que nos fue bastante mal, pero tampoco de irse al lado opuesto; en el medio hay muchos matices que pueden corresponderse de mejor modo con el programa de gobierno de Moreno, que a final de cuentas fue el votado mayoritariamente por el país. (O)

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