La poesía es la expresión fidedigna del ser humano, en cuya esencia emerge el dolor y la rebeldía, la tentación y el martirio, la cavilación y el ensueño. Las palabras se funden en un torrente de ideas provenientes de la nada, en pos de la perpetuidad del verso.
La intimidad traspasa el papel y se perenniza en un ritual taciturno, en donde el poeta se sumerge en mares lejanos y se desangra a partir del vital oficio. Entonces, aparece el acto mágico de la creación y recreación literaria, sin ambages, libre como los colibríes, a la vez que lacerante como la condición del expatriado.
Carmen Váscones considera que “la poesía es una constancia del abrazo entre la composición y descomposición, entre la destrucción, construcción y reparación, entre la muerte y la vida, entre el cielo y el fuego, entre lo bestial y humano, entre la nada y la palabra. Entre tú y yo”.
“Palabra de dragón” (Casa de la Cultura Ecuatoriana, Núcleo de Chimborazo, agosto de 2011) es el poemario perteneciente a Patricia Noriega Rivera. Un cántico irreverente de búsquedas y cuestionamientos, de penumbra y precipicio, de lascivia y pasión, de ímpetu y redención, de infancia y melancolía.
El amor y el desamor asoman en una recurrente línea descriptiva, a la par que se dibujan sintetizados esos detalles comunes que van marcando la huella existencial. Las lágrimas de esta poeta se transforman en estalactitas que superan el acto ordinario. El recuerdo se interpone con el horizonte; es la sombra de la noche asomando en la rendija de las habitaciones prohibidas, son los espejos que proyectan cuerpos aletargados ante el umbral del precipicio.
Como lo describe la autora: “Entonces empezó a serpentear/ y danzamos en medio del vino./ Mi brazo en su espalda y su mano en mis ojos./ Nos arrogamos de inmortalidad/ al ver nuestros cuerpos en el techo,/ cuando conocimos la libertad de los animales/ desnudos”.
Es el erotismo que se dispone a recorrer en la piel de las conciencias desmitificadas de amaneceres clandestinos, es la furia de los fonemas que erizan la piel de las beatas dominicales, es la celebración del acto carnal y de la evocación lúdica: “Contigo me pierdo en medio del cinismo,/ así como en la escritura,/ que es la soledad total,/ es uno devorándose a sí mismo,/ es el eco del grito”.
Las piezas poéticas están debidamente agrupadas en capítulos, en donde se anteponen subtítulos precisos y sugerentes. Se denota un trabajo de depuración textual.
Patricia Noriega enciende a las almas perdidas con su discurso lírico dedicado a la tierra y al culto de la Pachamama, a la amistad perdurable y al influjo de la ciudad vacía. Ella interpreta su cosmogonía a través de la tinta y el silencio. Invoca al jaguar y se abraza entre la lluvia con el mítico dragón.