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El Telégrafo

Verdades sobre el poder

24 de noviembre de 2011

Francamente me estremece el aparente candor con que algunos intelectuales proclaman su voluntad de enfrentarse al poder político. Y me estremece porque su afirmación solo puede significar una de estas dos cosas: o que disminuyó su capacidad de comprensión del mundo o que se pasaron al servicio del otro poder, el verdadero poder, el poder no elegido ni fiscalizado por nadie, que es el poder de “Don Dinero”.

Ya que se han empeñado en un debate teórico sobre la esencia y alcances del poder, vale recordarles que Tawney entiende el poder como la imposición de la propia voluntad sobre otras personas y afirma que “el poder se puede definir como la capacidad de un individuo o grupo de individuos para modificar la conducta de otros individuos o grupos en la forma deseada y de impedir que la propia conducta sea modificada en la forma en que no se desea”. Y que, según Parsons, “el concepto de poder se usa para referirse a la capacidad de una persona o grupo, para imponer de forma recurrente su voluntad sobre otros”.

Según Weber, la autoridad legal tiene como una de sus características el estar sujeta a leyes y normas que la limitan, orientan y refrenan. Por eso, los gobernantes no pueden hacer sino aquello que está regulado en las leyes, tienen un tiempo predeterminado para el ejercicio de su mando y están sujetos a la sanción jurídica de las leyes y la sanción política de sus electores.

¿Qué sucede, entretanto, con esos poderes fácticos, como es el poder de los medios de comunicación privados? Pues ocurre que no han surgido por mandato de la ley, como la autoridad pública, sino que han sido construidos de hecho, a partir de la riqueza. Es más, han surgido como medios de información masiva, lo cual implica ya el ejercicio de un formidable poder, puesto que pueden orientar o desorientar a la opinión pública, pero luego, como ocurre en nuestro país, se han lanzado a la ingrata tarea de tratar de someter al poder político a sus intereses, designios y mandatos.

El asunto no es nada nuevo en la teoría ni en la práctica, como lo mostró el sociólogo Robert Michels, quien advirtió ya sobre esa tendencia de las élites económicas y financieras a controlar toda forma de poder, para defender a cualquier precio sus intereses.

Por lo mismo, a los antiguos miristas, trotskistas y más izquierdistas que hoy forman filas en los batallones de “Don Dinero” cabe pedirles que abandonen su aparente candor y asuman de frente sus nuevas posiciones, porque no se vale que hayan cambiado de bando, pero sigan usando los argumentos y la retórica de otros tiempos.

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