Antes de que el lector proceda con las siguientes líneas, he de advertir que, respetuoso de la reserva legal de la investigación previa y más respetuoso aún del luto de la familia de nuestra colega, no voy a referirme a hechos del lamentable suceso. Y no lo haré porque no me corresponde. Al igual que muchos, he de ser vigilante de un debido proceso y acompañar de la manera más respetuosa el luto de la familia. Lo que sí voy a mencionar, son varios aspectos de nuestra sociedad y que son un reflejo de lo que es Ecuador.
La violencia de género existe, es un hecho y nos duele a todos. A todos, en general, no solo a las mujeres. Cada mujer que fallece víctima de un femicidio devasta a una familia entera. Cuando se apaga una vida en manos de un femicida muere una madre, una hermana, una prima, una hija, una tía. Muere una compañera de trabajo, una novia, una amiga. Todos sus familiares y su círculo social sufren, su padre llora tanto como su madre. Nadie quiere pasar por esto. Muere una y las víctimas son varias. La lucha contra la violencia de género no compete solamente a las mujeres. Es una lucha de todos.
Sugiero al lector que abra su mente antes de leer las siguientes líneas porque le daré una perspectiva distinta. Una que nos incluye a todos en el dolor y que no nos dispersa en grupos de los que sufren más o los que sufren menos. Se ha abordado el tema desde una perspectiva únicamente de género, tal vez podríamos hacerlo también desde una perspectiva de violencia.
Ecuador, un país violento. En varios estudios publicados sobre Ecuador en el 2020, 2021 y 2022, por cada mujer que fallece, mueren más de 10 hombres. Antes de que el lector decida lanzarme una piedra, aclaro que no traigo este dato para comparar delitos, condiciones o riesgos. La traigo para mostrar la foto de la violencia a la que está sometido el país. Dentro de toda esta violencia, está la de género. Y si se busca un poco más a fondo, se encuentra que el número de muertes de ambos sexos a manos de un familiar es casi el mismo y va en aumento. Lo que quiere decir que la violencia intrafamiliar, sea o no de género, nos está ganando la batalla.
Además, en Ecuador más del 80% de femicidios son cometidos por personas con quienes la víctima ha tenido algún tipo de relación sentimental. Lo que quiere decir que el riesgo de que una mujer sea asesinada, no se da cuando sale a la calle, sino cuando llega a su casa.
Entendamos que el problema está en casa. En los hogares se habla muy poco de esto, si es que se habla. Aunque fuera de casa muchos parecen ser expertos. Por cada comentario que el lector haya hecho sobre el caso Bernal espero que, en lo venidero, al menos se tome 10 minutos para sentarse a hablar con su familia sobre violencia. ¿Cuántas veces se ha hablado en casa de manera preventiva sobre violencia, narcotráfico y corrupción? ¿Cuántas veces se ha hablado en casa sobre sexualidad responsable, respeto por el sexo opuesto, inteligencia emocional y demás temas necesarios para erradicar la violencia de género?
Hace años una persona me dijo “no deberíamos tener que enseñar a los jóvenes algo tan elemental”. No deberíamos, pero nos toca si queremos conseguir #NiUnaMenos.
¿Cuántos de nosotros sabemos cómo identificar los comportamientos de una persona violenta? O peor aún ¿cuántos de nosotros podemos identificar a una víctima de violencia de género? Eduquémonos sobre cómo identificar estos escenarios en etapas tempranas. Seguramente así lograremos poner en las filas policiales a personas que sepan valorar la vida de una persona sobre la alcahuetería de un compañero.
Lo que me trae al siguiente punto. Se supone que los policías nos deben cuidar; lejos de eso, nos roban, asesinan, extorsionan, trafican droga y para rematar matan a su familia. Además, un grupo de oficiales miran una escena que grita ¡CRIMEN! por los poros y no hacen nada. A eso me refiero cuando digo que es necesario conocer las señales que alertan violencia. Aunque en este caso no había que ser científico para alertarse. Negligencia o intención de complicidad de los oficiales, no lo sé. ¿Eso significa que la institución policial es femicida? Retomemos la cordura. ¿De dónde salen los policías? ¿El lector acaso cree que los policías llegan en platillos voladores? No, amigos, los policías son ecuatorianos. Tienen la misma sangre, provienen de los mismos barrios y familias de las que proviene el lector. Su educación sobre violencia de género es la misma que la de nuestros hogares. A esa educación se le suma lo que sí se aprende únicamente en la escuela de policía: el mal llamado espíritu de cuerpo. Ser cómplice del cometimiento de delitos no es espíritu de cuerpo, señor oficial, es un delito y lo meterán preso por eso.
Finalmente, he de insistir en que podemos y debemos reclamar probidad a la institución policial. Ese reclamo no debe parar nunca. No más Restrepo, Romo, Bernal y otros.
Estoy de acuerdo en generalizar a los 50 mil policías con calificativos de asesinos, machistas y femicidas, siempre que entendamos que esos calificativos son eco de la educación que les dimos en casa cuando jóvenes.