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El Telégrafo

Venezuela: Odio de clases

22 de abril de 2013

La reacción de los violentos opositores al triunfo electoral del presidente Nicolás Maduro, encabezada por la derecha radical venezolana, tiene profundas raíces históricas.

Cuenta el rabioso anticubanismo, inducido sobre América Latina a raíz del triunfo de la Revolución Cubana (1959), que siempre ha tenido el propósito de impedir otro proceso similar en la región. Asimilar cualquier gobierno de izquierda con el peligro “comunista” ha sido una constante en Latinoamérica contemporánea, que durante la década de 1970 derivó en las dictaduras terroristas de Chile y el Cono Sur, que pretendieron aniquilar todo izquierdismo. Los “antichavistas” atacaron a los CDI (Centros de Diagnóstico Integral), a los médicos cubanos, y lanzaron consignas anticomunistas, llenas de odio y xenofobia.

Se suma la tradicional resistencia de las clases dominantes latinoamericanas a cualquier reformismo social que afecte sus intereses, como puede demostrarse a cada paso de la historia de la región. Por eso, los antichavistas cuestionan el “modelo” económico venezolano, el poder político basado en el apoyo popular y la institucionalidad de una democracia que dejó de responder a los intereses de los capitalistas internos y externos.

Pesa, sobre todo, la enorme diferenciación social que en América Latina provocó la concentración de la riqueza en élites poderosas, que históricamente subordinaron a las clases populares y trabajadoras. Cualquier ascenso social despertó siempre el temor y la inquietud de los sectores oligárquicos, que tradicionalmente han visto a las masas como “chusma” insurgente y peligrosa. Por eso, los antichavistas se lanzaron contra dirigentes populares y amenazan las Misiones, los Consejos Comunales, las obras y servicios estatales a favor de los pobladores.

Una revolución popular como la venezolana polariza a aquellos sectores sociales que, pretextando la escasa diferencia en votos, ha despertado su “odio de clase”, enfilándolo contra lo que represente al “chavismo”. También se unen a esa reacción las ultraderechas latinoamericanas, los medios de comunicación aliados con ellas y, sin duda, las diplomacias imperialistas, pretendiendo crear un clima internacional antivenezolano.

Pero ese odio de clase es un fenómeno que también está latente en Ecuador y en los países latinoamericanos con gobiernos de la Nueva Izquierda, que disgustan precisamente por haber instaurado democracias que desplazaron a los antiguos poderes elitistas.

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