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El Telégrafo
Ramiro Díez

Historias de la vida y del ajedrez

Vanidoteca fatal

Historias de la vida y del ajedrez
26 de junio de 2014

Recuerdo la noticia. Sucedió, hace años, en un país suramericano. Fue algo que sacudió a la opinión pública y que, tiempo después, fue olvidado tras otros acontecimientos aún más impactantes.  

El tipo se llamaba… no, no quiero decir su nombre verdadero. Llamémoslo Benjamín. Lo conocí en un crucero y aunque él iba acompañado de una rubia preciosa y pecaminosa, apenas se tomaba un minuto para mirarla.
Sus ojos estaban puestos en cualquiera de los miles de pasajeros del barco, buscando siempre a alguien que pudiera ser importante para tomarse una foto con él. Benjamín empezó, por supuesto, con el capitán del buque y se las arregló para ser invitado a su mesa, e inmortalizar el momento con varias fotos.

Benjamín hablaba con todo el mundo y, si la persona era o le parecía importante, pedía una foto, siempre abrazado y sonriente. Era un cazador de personalidades. Entre el grupo de amigos con el que yo compartía el crucero, uno de ellos era dueño de un almacén en Ambato. En plan de broma, lo presenté como el Ministro de Cultura de mi país.

Mi amigo siguió el juego, simulando ser ministro, y eso le costó siete fotos abrazado al inmortal Benjamín.
Quiso la vida que, tiempo después, yo visitara el país de Benjamín y lo conociera mejor. Al parecer, él nunca se sintió importante en su casa. Tenía un padre vanidoso, una madre sometida, y ocho hermanos mayores, más inteligentes y más atractivos.

Benjamín estaba condenado a ser el patito feo, invisible, el ninguneado por los siglos de los siglos. Por suerte, se encontró a alguien que lo quería mucho: él mismo. Benjamín era un ególatra insufrible, que todo lo que buscaba era darse el amor que nunca nadie le ofreció.

Benjamín, después de graduarse, vivía en su departamento de soltero convertido en su propio museo. Cuando se cruzaba la puerta, aquello era un universo de fotos suyas: con futbolistas y actrices de televisión, con políticos de dudosa reputación y con predicadores de reconocida reputación, con tipos uniformados y de sotanas, con conferencistas de medio pelo y con toda una fauna indescriptible.

A Benjamín le faltaba la foto con el presidente de la República. Así que aprovechó una visita oficial a la ciudad y contrató a un fotógrafo para que captara el momento en el cual él se acercara al mandatario. Y así fue: en el momento preciso se acercó al famoso personaje y le gritó al fotógrafo: “¡Dispara, dispara!”.

Los guardaespaldas entendieron otra cosa, desenfundaron y, por prevenir, le volaron la cabeza de tres disparos. Después, para la foto, le pusieron una pistola en la mano. Así salió Benjamín en primera página de los periódicos, al día siguiente. Él mismo no habría podido imaginar tanto honor.

En ajedrez los errores también son fatales:

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