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El Telégrafo
Antonio Quezada Pavón

Vang Vieng, Laos

10 de marzo de 2016

Es el más improbable pueblo en el mundo para ir de farra. Localizado en el centro de Laos, uno de los más pobres países del sudeste de Asia, que alguna vez fue una tranquila villa de campesinos, ha llegado a ser un burbujeante epicentro de malcriados mochileros. No van a Vang Vieng por su hermoso paisaje, su cultura o sus templos sino a tomar un muy barato whiskey local Lao Lao y drogarse a discreción hasta que “se les borra el casete” como diríamos acá. La mayor atracción es el “tubing” que consiste en bajar por el zigzagueante río Nam Song en tubos de llanta de tractor, actividad que fue popularizada de boca en boca entre los jóvenes europeos, australianos, canadienses y algunos sudamericanos. Esta provincia de unos 51.000 habitantes es superada normalmente por más del triple de chicos visitantes y en el pueblo la cantidad de turistas es quince veces más que sus residentes.

Las riberas del río están llenas de bares de rústica caña, restaurantes y por supuesto, inmensas discotecas. El precario alojamiento no cuesta más de $5.00 la noche. El licor se sirve en baldes, pues vale $2,00 el litro. Las drogas se ofrecen públicamente en los comedores como las “pizzas felices” o los “mágicos batidos de frutas” o los “té cargados” con marihuana, opio y hongos alucinógenos. Muchos no solamente están narcotizados por el alcohol y las drogas, sino por la euforia que se transmite en todos los bares en las orillas del río causada por una total ausencia de reglas y responsabilidades. Es como poner a un niño en una tienda de dulces y permitirle que se desate salvajemente sin que nadie le pueda parar. Algo similar ocurre en la infame fiesta de la “luna llena” en Tailandia, sin embargo es una noche cada seis semanas, mientras que en Vang Vieng  la farra nunca para.

Normalmente hay tragedias y muertes, pues mezclar alcohol, drogas, “tubing” y otras acrobacias en el río es sumamente peligroso.  Hay un promedio de 30 accidentes fatales por año y la cifra es corta,  pues algunos no se reportan o son inmediatamente evacuados a la capital Vientiane. Hay un completo hermetismo, pues este maldito “paraíso” se ha transformado en un lucrativo negocio para codiciosos empresarios y evidentemente, para los traficantes de drogas. Los campesinos de Laos ya no se acercan al río. Sus creencias budistas les obligan a alejarse de los poderosos y malévolos espíritus creados por tanta concupiscencia, pero el mayor peligro que perciben es que sus hijos copien el comportamiento de los turistas. Muchos adolescentes de esta zona están abandonando las escuelas para vagar con los mochileros en los alrededores del río y alternar con ellos en los trabajos de meseros en los bares y restaurantes. (O)

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