Cualquiera que tenga una formación medianamente espiritual, sabe bien que somos un alma con una envoltura carnal, en este orden y no al revés, pues nuestro cuerpo, aunque fundamental para el funcionamiento de esta vida, no permanecerá por mucho tiempo y será un día parte de la tierra. Sin embargo, la gran mayoría de personas no tenemos conciencia de esto, si acaso lo hemos oído alguna vez.
Aunque las diversas religiones y sectas concuerdan en la existencia de un ser supremo o Dios, y en la realidad del alma como esencia del ser humano, no debemos olvidar que aun gran parte de sus seguidores o adeptos actúan diariamente como si todo empezara y terminara en este plano material; por eso ponen todo esfuerzo en reunir posesiones y conseguir poder, aunque tengan que quebrantar los preceptos en los que presuntamente creen. Punto aparte están aquellos que no aceptan la existencia de Dios y viven de acuerdo a sus personalísimos cánones morales.
El Libro de Eclesiastés, uno de los más enigmáticos y controversiales de la Biblia, nos recuerda a cada paso que todo es vanidad, y que lo mismo que sucede al necio también le ocurre al sabio; que hay justos a quienes sucede como si hicieran obras de impíos, y hay impíos a quienes acontece como si hicieran obras de justos, por ello muchos inicuos son sepultados con honra, mientras los que frecuentaban el lugar santo son luego puestos en el olvido.
Estas injusticias de la vida no deberían sorprender a nadie, sin embargo, también es común creer que vivir correctamente es garantía de felicidad, pese a ver la cruda realidad. La verdad es que los hombres desconocemos los caminos de Dios y tendemos a crear nuestra particular versión de la vida llenos de optimismo, más que de sabiduría.
Nuestro error está en olvidar que vivimos en un mundo gobernado por fuerzas oscuras, dominados por leyes perversas, y rodeados de ambición y maldad con alto auge en estos últimos tiempos.
Nuestra sociedad está más desconcertada que nunca y con un gran vacío en el alma; especialmente los más jóvenes a quienes ha tocado vivir una época muy convulsionada donde los placeres materiales eclipsan los sentimientos.
A ellos, sobre todo, el sabio rey Salomón los exhorta a acordarse de nuestro Creador, antes que vengan los días malos, y lleguen los años de los cuales digan: no tengo en ellos contentamiento, antes que el polvo vuelva a la tierra, como era, y el espíritu vuelva a Dios que lo dio; y no olvidemos que Él traerá a juicio toda obra y toda cosa encubierta, sea buena o sea mala.