La política es tan antigua como la humanidad, surgió como una necesidad de los individuos para organizarse, tomar decisiones y resolver conflictos de manera democrática que garanticen el bien común. Es una manera de ejercer poder con el fin de mediar las diferencias entre pares en una sociedad.
Desde hace algunos años, el Estado ecuatoriano vive en una etapa de crisis que puede ser peligrosa; el manejo de la política y la desigualdad son dos de los aspectos que alimentan las pugnas sociales, además de las contradicciones internas del capitalismo (propiedad privada – libre mercado) y las tensiones sociales (igualdad – equidad), derivadas de aquellas discrepancias. Esta tendencia se detecta como un fenómeno creciente y tiene que ver con la relación que los ciudadanos hacen entre política y corrupción. Una señal de alerta que debemos considerar.
La indignación es legítima y también difusa, en muchos casos son actitudes relacionadas con conflictos ideológicos donde algunos creen tener la fórmula mágica. Vamos unos contra otros, que parafraseando a Byung-Chul Han y Foucault, “los humanos se auto agreden”, en una dicotomía producto del hartazgo hacia el poder político, sumada a la constante sensación de frustración, cansancio y temor.
Días atrás sorprendíamos al mundo con el exitoso plan de vacunación; pero luego de aquello regresamos al país de las desilusiones y picardías. Tal parece que nuestros representantes no logran sintonizar con lo que busca el pueblo. En los bandos se escuchan discursos desatinados que amenazan siempre con la historia, cargados de odio, falta de empatía; también, quienes demandan de eficiencia para buscar reformas estructurales que reconstruyan el tejido social y transformen la nación; cambios profundos para un modelo de desarrollo que priorice una economía política inclusiva con eficiencia y transparencia.
Ojalá que los días de protesta y las pérdidas de diversos sectores hayan servido; manos a la obra y a priorizar la atención a las comunidades rurales - la reactivación integral del Ecuador es urgente. Por el momento nos conforma la esperanza de ir por una profunda renovación ética y moral, en especial de la clase política, que se tomen más en serio su responsabilidad, que quienes ostentan el poder se replanteen escuchar al pueblo para fortalecer la democracia.
Hace falta el protagonismo de una nueva generación que lidere el cambio, imposible quedarnos en la tragedia, salimos de una pandemia y de esto también. Conseguimos la paz; enfrentamos un escenario desafiante pero viable, es momento de curar heridas y superar la división. Y aunque suene a utopía aquella frase de Barack Obama, “yes, we can”, estoy seguro que “sí podemos”, que es posible conseguir y alterar el sistema.