Uno de los candentes temas de discusión en los últimos días es el del “uso progresivo de la fuerza” por parte de las fuerzas del orden estatal para repeler las marchas, en el marco del paro y movilizaciones de organizaciones indígenas y populares que tuvieron en vilo al país por prácticamente dos semanas. Pero ahora trataremos sobre algo un poco diferente. Luego de que el 30 de junio se llegó a un acuerdo entre los movimientos indígenas y el Gobierno, sobre varios puntos, volvió la tranquilidad al territorio ecuatoriano; ahora corresponde pensar en la manera de sanar al Ecuador, y de generar un proceso serio y sostenido para garantizar la convivencia pacífica, el orden público y el desarrollo, como reza el “Acta por la paz” suscrita.
Para que movilizaciones tan graves -por múltiples circunstancias y consecuencias- como la reciente no tengan que repetirse, en el manejo del Estado como de las diversas organizaciones políticas y otras debe primar la razón, entendida ésta en una acepción amplia y común como acierto, verdad o justicia respecto a lo que se expresa o hace. De esta manera, este significado deja por fuera y rechaza cualquier expresión irracional, violenta, abusiva, manipulada, tramposa o injusta por parte de las personas consideradas individual o colectivamente. Hay que evitar a toda costa que la sinrazón sea pan de todos los días, puesto que negaría de principio a fin las posibilidades para consolidar una sociedad democrática, pacífica, transparente, con instituciones eficientes, en un contexto de justicia.
En la situación extremadamente difícil que enfrenta el país debe primar la razón en el quehacer social, en lo público y en lo privado, esto es vital. Ya decía el pensador y Premio Nobel de Literatura británico Bertrand Rusell: mientras prevalezca lo irracional, solo por casualidad podrá alcanzarse una solución de nuestras calamidades, porque así como la razón, por ser impersonal, hace posible la cooperación universal; lo irracional, al representar las pasiones privadas, hace inevitable la pelea.
Sería plausible que para cambiar la historia nacional todos practiquemos el uso progresivo de la razón, en los diversos frentes, para hallar las soluciones a problemas que nos afectan no de ahora, sino desde siempre. Esto se logra con acuerdos sobre cuestiones que aglutinan intereses, con la práctica de una política de servicio, con accionar público enfocado, sobre todo, en fortalecer políticas sociales que combatan prioritariamente la inequidad. La desatención a justas demandas de pueblos y organizaciones sociales acumula desesperanza e indignidad, sentimientos que en cualquier momento pueden detonar una bomba de tiempo capaz de dañar irremediablemente los cimientos de nuestra endeble democracia.