Creo que todos conocemos ese infeliz dilema, entre atender o priorizar lo urgente y dejar a un lado lo importante. Estar en este dilema devela ciertamente una falta de planificación, pero más que eso, la pérdida del horizonte de las prioridades. Lo importante es aquello que determina el sentido de la acción, mientras que lo urgente normalmente es impuesto por la forma en la que esa acción es viable.
El caso más patético lo encontramos en la lógica burocrática de la administración pública donde es muy común perder la noción de lo importante para usar todo el tiempo y los recursos atendiendo las lógicas burocráticas que por cierto siempre son urgentes. La norma permite la acción racional, desde luego, pero la norma no es el fin, la norma es el instrumento de algo más importante que, en caso de que la norma no lo facilite, se debe derogar. Entramparse en el cumplimiento de la norma afectando el fin mayor, es absurdo, sin embargo, la lógica burocrática es incapaz de generar un cambio tanto por su miopía como por su estructura dependiente de la norma.
Por eso el cambio siempre es político, es un cambio externo, es un cambio de enfoque con capacidad y poder. Pero que no se confunda, no se está diciendo que las respuestas para el cambio solo estén en manos de los políticos. El cambio verdadero es un cambio cultural, un cambio de hegemonía ideológica que se expresa en los discursos que les proveen de la posibilidad de llegar al poder y ejecutar los cambios que desea la ciudadanía. Y se supone que es la educación la que debe proveer los elementos para que emerjan estos cambios culturales y discursivos, por eso una condición de la educación es que siempre sea emancipadora; si no lo es, se convierte en mera instrucción al servicio de la norma.
Si el fin del Estado es acrecentar permanentemente el grado de bienestar colectivo, es importante que invierta en educación. Si no se alcanza a ver la importancia de la educación en el destino de la transformación de la sociedad, es probable que siempre se opte por atender la urgencia recurrente del aparato burocrático y sus normativas, frenando los cambios sociales y fortaleciendo una estructura -ya en este punto-, hostil al bienestar colectivo. (O)