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El Telégrafo

Universidades libres

07 de julio de 2011

El liberalismo universitario, tal como entre nosotros se propugna, es un fraude. Las universidades libres, al no poder ser económicamente libres, tampoco deben serlo administrativamente. Lo que nos importa realmente de ellas no es que sean buenas ni malas; es que, salvo en países como los Estados Unidos de América, enormemente ricos y dotados de un gran espíritu liberal, son ya imposibles.

Cabe entonces la pregunta: ¿De dónde van a sacar las instituciones privadas u órdenes religiosas de nuestro país los medios económicos para instalar las costosísimas universidades modernas, con laboratorios, bibliotecas, seminarios de investigación y enseñanza, cuando el mismo Estado no puede atender debidamente, ni mucho menos, a sus propios centros de educación? El Estado, que es quien de verdad las sostiene, debe responder de ellas y controlarlas desde el punto de vista económico.

No debe tolerarse más que hoy se funde una universidad como quien abre una tienda, cuando hasta la libertad para abrir tiendas debería ser vigilada: es menester una planificación racional por parte del Estado de la enseñanza universitaria.

Lo cual es perfectamente compatible con la reivindicación, perfectamente justificada de una libertad política de las universidades. Pues, como decía el sociólogo húngaro Karl Mannheim: “Si estamos convencidos de vivir en una sociedad en vías de transformación, es evidente que la universidad debe colaborar en la tarea del encauzamiento pacífico y democrático de tal transformación; debe dotar de una educación con vistas al cambio, y no con vistas al inmovilismo apoyado en dogmatismos filosóficos y textos clásicos”.

A la exaltación de las universidades libres corresponde la de las profesiones liberales, justamente a la hora en que unas y otras se tornan anacrónicas e imposibles. Por todo lo que he expresado, se hace imperiosamente necesario que el Estado intervenga y regule convenientemente la creación y funcionamiento de los centros de estudios superiores, en aras de fomentar y destinar mayores recursos a la implementación de nuevas profesiones y oficios que se adecuen mejor a la dinámica del mundo actual.

En nuestro país existen muchas universidades que ofrecen a sus estudiantes las mismas profesiones liberales, a saber: medicina, abogacía, ingeniería comercial, economía, arquitectura. ¿Por qué no se crean nuevas carreras técnicas y tecnológicas, que son necesarias para nuestro desarrollo, en las ramas de las telecomunicaciones, la informática, la agronomía, los servicios y el turismo sustentable, entre otras? Ya estamos saturados de médicos, abogados, ingenieros, economistas, arquitectos. Necesitamos que se enseñen, a nuestras nuevas generaciones, carreras profesionales innovadoras que se adapten mejor a una sociedad progresista que está retoñando en el Ecuador.

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