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El Telégrafo
José Gonzalo Bonilla

¿La universidad con calificación A se va a la M?

21 de octubre de 2020

En el Informe a la Nación 2017, Rafael Correa propagandeó un legado para la educación superior. Fue un legado sin sostenibilidad económica ni académica. Ese supuesto legado se resume en los siguientes “logros”: Inversión del 2% de su PIB en la mejora de la educación superior; entrega de becas para las “mejores universidades del mundo”; mejoramiento de la infraestructura; creación de cuatro nuevas universidades, a saber, Yachay, Ikiam, UArtes, UNAE; mejoramiento de los salarios de los profesores universitarios, y la creación de una nueva institucionalidad para el seguimiento y evaluación de la educación superior…

Aumentó el presupuesto al 2% del PIB, sin embargo, como demuestra un estudio de la Organización para la Cooperación y el Desarrollo Económicos (OCDE), importa más cómo se gasta que cuánto se gasta. Los altos costos administrativos que llegan hasta el 50% del presupuesto total de las universidades no garantiza la calidad de la educación. Siendo que esta es el fin último al que debe apuntar cualquier reforma.

Es cierto, los sueldos de los profesores universitarios mejoraron notablemente. La mayor parte del presupuesto se la llevaron los doctores y magíster que, aunque sin experiencia docente, ayudaban a calificar con mejor puntuación a las universidades, mas no hay evidencia empírica de que hayan colaborado a la calidad de la educación superior. La sobrecarga vino acompañada con la desvinculación de profesores de tiempo parcial que quizá ellos sí eran indispensables para garantizar la calidad.

De igual manera, con el fin de dar seguimiento y monitoreo al sistema de evaluación, se infló el equipo administrativo que vino acompañado con una batería inmensa de herramientas de medición formal de los diferentes procesos educativos. Se despertó una especie de “rankinofilia” que requería de ese vacuo andamiaje de control.

Gracias a esa revolución educativa, hoy los docentes universitarios se hallan sobrepasados por la exuberancia de tareas administrativas y burocráticas.

La pandemia no generó la crisis de la educación superior, solamente evidenció lo que la universidad ecuatoriana venía arrastrando desde la inauguración de la revolución universitaria.

Urge evaluar el impacto. ¡Claro!  Si no queremos como país que su universidad acabe siendo evaluada con una ´M´. (O)

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