Quienes acuden a las universidades son los jóvenes preocupados por su futuro. Pero ese porvenir está ligado al futuro de la sociedad en que nacieron. Hernán Malo, recordado rector de la Universidad Católica, decía que la universidad es la sede de la razón.
Gracias a él aprendimos que la universidad no es una torre de cristal, sino una casa de puertas y ventanas abiertas a todas las corrientes del pensamiento y a la acción social.
Fue en esa casa donde nos nutrimos del pensamiento de Fernando Velasco y de otros teóricos “dependentistas”, que marcaron en forma indeleble nuestro punto de vista de la economía y la sociedad.
El “Conejo” Velasco, cuya temprana muerte fue una prueba de su vínculo con el movimiento social, publicó un libro crucial para las ciencias sociales: “Ecuador: subdesarrollo y dependencia” (1981), enseñándonos no solo el diseño desigual de nuestra sociedad y su subordinación con el centro capitalista, sino que la investigación y el compromiso político no están reñidos.
Lo contrario es hipócrita: políticos disfrazados de “académicos”, que se valen de las aulas para imponer su ideología, para desprestigiar procesos de cambio.
La universidad, y en especial la ecuatoriana, ha sido suscitadora de ideas: jamás ha contemplado en forma pasiva el statu quo. Necesitamos investigaciones rigurosas, tanto como proclamas de cambio.
Por ello, duele ver, en algunos casos, la falta de excelencia y calidad en sus procesos fundamentales. En algunos centros académicos, no en todos, falta evaluación y sobra mercantilización, afán de lucro. El bien espiritual convertido en mercancía. En el Ecuador proliferaron universidades -muchas de garaje-, extensiones y programas de posgrado y, para colmo, sin igualdad de oportunidades por las pensiones que cobran.
Todo esto se expresó en falta de pertinencia, de gestión, en una limitada “eficiencia terminal”, bajo retorno educativo y carencia de investigación.
Estamos ante una oportunidad única para transformar a fondo. Hay una visión de futuro contemplada en la Constitución y en la Ley Orgánica de Educación Superior, aprobada en forma democrática en 2010; procesos en marcha (evaluación del sistema universitario, gratuidad de la educación superior, admisibilidad y una nueva institucionalidad) que garantizan la autonomía responsable y el cogobierno.
Requerimos autonomía en los procesos fundamentales: académicos, financieros, de gestión y orgánicos; pero también frente a los grupos de poder. Nos urge una reforma estructural.
Hernán Malo hablaba de ecuatorianizar la universidad. Esto significa que, sin perder su carácter cosmopolita, tiene que generar un compromiso con la sociedad. Responsabilidad social con la comunidad académica y, precisamente, con la sociedad.