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El Telégrafo
Ramiro Díez

Historias de la vida y del ajedrez

Una viejecita sola y sabia, en medio del desierto

Historias de la vida y del ajedrez
15 de mayo de 2014

Corría 1926 cuando un piloto peruano, en pleno vuelo, observó algo imposible: Allá lejos, en el suelo, vio un cóndor de 250 metros de largo. Pero no estaba vivo. Estaba esculpido en roca sobre el desierto de Nazca. A ese descubrimiento, que dejó atónitos a los investigadores, se le sumaron otros cada vez más sorprendentes. Y un día llegó hasta Nazca una jovencita alemana que no había encontrado trabajo en su país.

Se llamaba María Reiche y entregó su vida a estudiar lo que ella llamó ‘el cuaderno de dibujos astronómicos más grande del mundo, en todos los tiempos’. Eran más de 500 km2 de asombrosos diseños, conocidos como Las Figuras de Nazca. Y allí hay una historia científica y humana.

María Reiche llegó como institutriz del cónsul alemán y un día conoció a un antropólogo norteamericano que le enseñó las figuras. Eran centenares de dibujos tallados en roca: plantas, flores, abstractos. Y en especial animales: ballenas, arañas, lagartos, monos, colibríes. Muchos de ellos de centenares de metros, y lo más sorprendente: eran perfectos en su diseño y solo apreciables desde alturas considerables.

Un detalle para entender la perfección y aumentar la sorpresa: la araña, que mide 50 metros, es de una especie rarísima que solo se encuentra en lugares inaccesibles del Amazonas, tiene el órgano sexual en el extremo de la pata delantera izquierda y solo es visible al microscopio. Ese detalle está dibujado en la araña de Nazca.

María Reiche llegó allí cuando tenía 28 años, y murió casi a los 100. Entregó toda su vida intentando desentrañar aquel misterio de 25 siglos. Cuando un poderoso empresario peruano decidió sembrar y construir líneas de riego que afectarían las gigantescas figuras, se opuso y se lanzó a una guerra solitaria en la que al final venció. Durante décadas, se le vio armada de una escalera en la que se trepaba, en malabares mortales, para ver los diseños. Y llevaba una escoba con la que limpiaba las líneas y golpeaba a los camioneros desaprensivos que intentaban transitar por el lugar.

Allí vivió toda su vida, en una cabaña sin agua y sin luz, casi sin comida, para preservar el gran misterio. Al final era un saquito de huesos que casi no podía caminar y se hacía llevar cargada en la espalda de un ayudante, para seguir cuidando y midiendo esas maravillas talladas a mano en la roca. “No menosprecien a los antepasados. Es un trabajo perfecto que no servía a la superstición primitiva. Nazca es un observatorio astronómico. Es el primer despertar de las ciencias exactas para entender el universo”.

Dicen los nativos que, a veces, en el desierto, donde ahora está enterrada, se ve la sombra de una viejecita sola, con una escoba, limpiando los dibujos, y mirando a las estrellas. Damas inolvidables, también en ajedrez:

 

 

 

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