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El Telégrafo
María Cristina Bayas

Una vida sin amor

30 de diciembre de 2022

Aún tengo pesadillas y ya pasaron más de dos meses desde que tuve que ponerle a dormir a mi gata, compañera de aventuras durante 18 años. Kishka, una bola de pelo blanco, escondía una delgadez extrema. Todo en su organismo había empezado a fallar porque la vejez no tiene piedad con nadie. Las recomendaciones de los veterinarios me prepararon para el peor escenario.

Cuando pensé que estuve lista, una tarde de octubre le di un poco de atún para meterle en su jaula. Hay días en los que no tienes otra opción que caminar en la dirección que te aniquilará. Sus patitas quedaron dobladas después de que le pusieron el sedante y el eutanásico. Me quedé con su peso muerto entre las manos. La dejé sobre la mesa fría de metal en la veterinaria y me fui. No pude regresar a ver porque mis ojos ya estaban nublados por las lágrimas y por el dolor.

A raíz de este evento, el concepto abstracto del valor de la vida se ha vuelto demasiado concreto.

Para mí, que desde niña cuidaba las flores y estudiaba a los gatos para maravillarme de lo asombrosa que es la vida, el final que tuvo Kishka fue demoledor. Siempre supe que había que cuidar hasta lo más insignificante porque amar lo más pequeño era lo mismo que amar lo más grande: era contemplar y respetar la vida. Por eso los debates con mis familiares taurinos eran comunes cada diciembre.

Las pesadillas que sigo teniendo dan cuenta de lo antinatural y monstruoso que es matar. Ellas le vuelven a dar la razón a mis intuiciones acerca del cuidado que hay que extremar, sobre todo, con los más indefensos.

La política y ciertas ideologías han nublado nuestro instinto de cuidado hacia la vida. No pensamos en los débiles ni en los que dependen de nosotros, como los niños y los ancianos. Y, sin desconocer la tragedia del abuso sexual hacia nuestras niñas, en épocas navideñas nos asaltan noticias de una Corte Constitucional que obliga a los médicos a olvidar esa intuición e incluso ese juramento de cuidado.

Que los tiempos en los que vivimos no nos hagan olvidar lo que está impreso en nuestro instinto: cuidar y amar. En esta dimensión del mundo hay algo que nos salva todos los días. Como sospechó Tzvetan Todorov, una vida sin amor es, sustancialmente, desastrosa.

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