A todo lo que está ocurriendo, que no es poca cosa; sí la hay. De hecho, creo que hay varias respuestas, a modo de antecedente. No obstante, y liberándome de toda mancha de arrogancia, brindaré mi postura, de la cual debo decir, con significativa modestia, que aglutina a la mayor parte de visiones -razonables- que existen sobre el presente y futuro de nuestra sociedad.
¡Todo está al revés! Desde lo general, según mi referente, el presentador de CNN en Español Marcelo Longobardi: (en el planeta) ‘Está pasando de todo’. En lo particular, los hechos que se suscitan en Ecuador generan inquietud e incertidumbre, y crean una atmósfera de desesperanza, poco optimismo y hasta desasosiego, y aumentan en las personas las intenciones de buscar abandonar el país y encontrar en naciones americanas o europeas un mejor porvenir. Y, atención que no me refiero exclusivamente a los recientes hechos de violencia que azotan a la colectividad, a la preocupante situación carcelaria (misma que, estoy convencido, detrás de los hechos de dolor y tragedia, hay un clamor inatendido en cuanto al respeto a los derechos humanos de nuestras hermanas y hermanos caídos en desgracia, por circunstancias que no vienen al caso explorarlas ahora); sino también me refiero al bajo y poco eficiente ‘performance’ de quienes están al frente del aparato público (salvo excepciones), lo cual tiene consecuencias directas e inmediatas, como por ejemplo las inexistentes políticas públicas que garanticen a una gran demanda humana el obtener una plaza de empleo digna, justa y suficiente. Basta tan solo pensar en que si tuviésemos políticas públicas que sean co-“creadas” con las y los beneficiarios y que apunten a resolver conflictos sociales prioritarios y emergentes, entonces se allanaría el camino para que existan cada vez menos desempleados, para que quienes hoy la están pasando mal dado que poseen deudas con el Estado por créditos educativos impagos por imposibilidad (no por negligencia o irresponsabilidad) sean atendidos a través de colocaciones laborales llevadas a cabo por el propio aparato gubernamental y así contribuyan al país con sus conocimientos y reciban por tal merecidas compensaciones y salgan del hoyo negro en el que están, para que la clase trabajadora reciba altos salarios y tenga la posibilidad de acceder a ascensos y posibilidad de fortalecer sus capacidades y habilidades, para que la economía real (los hogares) vean que su capacidad adquisitiva crece, para que el mercado (las empresas) visualicen en sus documentos financieros que sus números mejoran (dado que se produce mayor y mejor productividad, a partir de talento humano adecuaddamente tratado y estimado, ergo aumentan sus ventas) y con ellos su compromiso con el país incrementa (visto en aumento de recaudación tributaria), y así se da un disparo en producción de riqueza individual y colectiva, la pobreza extrema disminuye y tiene su impacto positivo en las brechas de desigualdad. ¿Maravilloso? Sí, pero creo que sigue siendo un sueño, lamentablemente.
Volviendo al tema, es probable que usted, estimada lectora o estimado lector se pregunte: ¿Por qué ocurre la delincuencia?; ¿Qué razón puede motivar a que una persona decida quitar la vida a otra tan solo porque hay resistencia ante el robo?; ¿Cuál es el motivo por el que se dispara la violencia en las cárceles? E inclusive ¿Por qué se dan distintas y cada vez inimaginables manifestaciones de la corrupción, sea en el aparato público como también en el privado? Es más, vamos hacia lo más personal: ¿Qué seduce a la persona a irse por el camino de la infidelidad?; ¿Cuál es el origen del calvario entre hermanos cuando fallecen los progenitores y no existió herencia?; ¿Dónde ha estado escrito que si practicas la docencia universitaria tienes licencia para acosar y abusar a parte del alumnado que te confía a cambio de “regalar” una nota?; O, aspectos tan “normales”: ¿Es natural que se den las traiciones entre sociedades o alianzas (a partir de una amistad supuestamente sólida) tan solo por negocios?; ¿Por qué “te dejan en visto” cuando envías un mensaje de WhatsApp, o contesta la persona cuando se le da la real gana, ya que está “ocupada(o)” y se “desocupa” luego de días o hasta semanas?; ¿Llega a ser imposible recibir la cordialidad y gentileza que usted y yo vamos por la vida impartiendo, al punto de decidir volvernos “como el resto” y adoptar la misma actitud? Tan solo son varias interrogantes “de la vida misma”, y me he quedado corto. Pero, de nuevo. ¿Usted se ha formulado una o varias de las ya mencionadas preguntas? Es posible que sí. Y, quien redacta estas líneas también se las ha formulado y se las formula. Y solo bajo la guía terapéutica, psicológica y espiritual las he podido ir abordando. Y todo me conduce a pensar que: nos falta amor, nos falta caridad, nos falta ser agradecidas(os)… nos falta, en especial y sobre todo, la divinidad en nuestra vida, que oriente, que acompañe.
La siguiente expresión no es de mi autoría, la escuché y justamente me guió para desarrollar el tema de hoy: “¿Por qué tú crees que ocurre la violencia, los robos, los delitos, los crímenes, las muertes, la falta de empleo, la decepción que sentimos de nuestros políticos? Es simple: hemos dejado de amar; hemos dejado de mirar a la otra persona (en especial si está caída en desgracia) como parte de nuestra familia. Hemos dejado de hablar de lo que realmente es importante. Y sobre todo: hemos olvidado lo que sí llena: la divinidad. No te llena ni te llenará nunca el dinero, el poder, la pareja (o los encuentros sexuales), los amigos, las propiedades, o el dinero que tengas en el banco”. ¡Y cuánta razón y verdad hay en esas palabras!
Señoras y señores, y con audacia y de forma deliberada lo sostengo: nos falta amor, para amarnos y sobre todo para amar. Tenemos tiempo para todo: para hablar de política; para hablar de la situación del país, y la del mundo; para hablar de fútbol y del mundial; para hablar de sexualidad y hasta de cuántas prácticas sexuales hemos tenido, o hemos vencido la vergüenza para reconocer, inclusive, si somos pro autocomplacencia. Pero nunca hay tiempo para hablar de cuánto nosotras y nosotros podemos amar a los demás. Jamás hay tiempo para pensar en cómo, desde mis posibilidades y mis carencias, puedo llevar algo de alegría a quienes la están pasando mal. Hemos negado el tiempo para agradecer por lo que tenemos e inclusive por lo que no tenemos. Hemos dicho ‘no hay tiempo’ para decir a la divinidad ‘gracias’ por estar con vida, y aprovechar cada día para amarnos y brindar amor a los seres queridos y a los demás. Lo contradictorio: Sí hay tiempo para buscar los pleitos y ser parte de ellos; para odiar a quienes hemos ‘tocado las puertas’ y no la han abierto, o si la abrieron nos la han tirado en la cara; para excluir a quienes tienen pensamiento (político, religioso, sexual) distinto, y hacérselos notar; para exclusivamente socializar, con cierto descaro, que tienen ventaja y acceso a oportunidades “la gallada” y no quienes tienen talento y conocimiento. Los alcances que algunas personas han tenido han sido tales que no escatiman esfuerzos y demuestran que sí tienen tiempo y energía para, por ejemplo, promocionar que harán todo para “impedir que tal fuerza política o gremial tenga espacio en nuestro pueblo” por considerar (a saber de ellos) que es “perjudicial” (un estereotipo de odio puro y duro).
Señoras y señores: nos falta amor, y decidir tener voluntad y auténtica disposición para amarnos de verdad y realmente amar a los demás. Estoy convencido que esta es una -muy fuerte- explicación a todo lo que está ocurriendo. El poder que tengamos en la sociedad no nos llena, ya que se apaga la luz y en la soledad de la habitación seguiremos, o teniendo los mismos impedimentos (físicos o emocionales), o padeciendo de nuestros propios miedos y demonios, o sintiéndonos vacíos y solos, y hasta esclavos de nuestro egoísmo y odio. El dinero, y tener contenta a “la gallada”; o las parejas sexuales que tengamos o hayamos tenido no nos llena, ya que, cuando el dinero se acabe, “la gallada” se irá, las personas y el sexo desaparecerán, y seguiremos siendo presa de la amargura y la soledad, habiendo transitado por la vida flameando la bandera de la hipocrecia y del “yo pude hacerlo todo, por que ni el amor ni la divinidad me faltó”. Nada en esta tierra podrá llenarnos, sino sólo la divinidad, e imitar aquello que es divino, sublime, celestial, y gratuito de practicar: el agradecimiento, el amor, el perdón, la fe, la caridad, y el acercamiento sincero y desprendido.
Cierro tan solo con dos vivencias para ilustrar, tan diferentes pero tan iguales, simultáneamente. A más de una persona le podrá sorprender la misma, pero, creo que los años no pasan en vano y las canas y la experiencia nos hacen más sabios, más humanos, especialmente si decidimos enmendar. Al fin de cuentas, quiénes somos nosotros (ustedes y yo) para juzgar. ¡No somos nadie para apuntar!
Vivencia 1: El ex presidente de Ecuador Rafael Correa, en reciente entrevista en plataforma digital, sobre la traición: “(…) Uno tiene siempre inclinación natural a sentir rencor, pero tienes que controlar (…) racionalizando, relativizando las cosas, viéndolo en perspectiva, así es la vida, hay pruebas mayores (…) Y sobre todo, yo he tenido una vida dura (…) y odié en un momento dado, y gracias a Dios creo que aprendo. La vida es muy corta para odiar (…) para buscar venganza (…) puedes tener la opción de perdonar a nivel personal (…)”.
Pienso que un Rafael Correa Delgado con muchos años menos no pensaría así. Y no solo él. En lo que a mí respecta, hoy suscribo estas palabras que él pronunció. Esa enseñanza no la brinda la universidad. Sí la brinda la vida. ¿Odio? ¿Rencor? Lo he tenido, pero hoy veo que pasé botando mi vida a la basura por eso, y que únicamente me perjudiqué al tenerlo. El odio perjudica a quien lo tiene. La vida es cortísima para desperdiciarla teniendo algo en contra de otra persona. Nada mejor que aflojar para fluir y avanzar. Hay algo más para el ser humano, que es más que las rencillas y los pleitos: amar, perdonar, agradecer y sobre todo dejarse llenar de la divinidad. El ser humano es más que el odio.
Vivencia 2: El sacerdote de la Parroquia San Agustín, en la ciudad de Guayaquil; él lleva una obra de más de 10 años, brindando alimento, cuidado y acompañamiento espiritual a más de 700 personas, a partir de lo que hemos hablado: el desprendimiento generoso que una persona decida tener, para así compartir, para así extender la mano, más allá de que tenga mucho, tenga poco, o inclusive no tenga nada material, o solo tenga para los suyos. Pero, lo maravilloso e inexplicable es que cuando hay intención y mirada hacia la divinidad, aún en la carencias surge lo necesario, y hasta se da lo suficiente, y sobra. El P. Wilson Malavé dio a conocer (en una homilía) uno de esos episodios de vida que, estoy seguro que basta enterarse para creer, para decidir dejar la vida que hemos llevado y, una vez más: volcarnos a amarnos y sobre todo amar.
“Generalmente en las mañanas estoy corriendo “de un lado a otro” por los víveres que necesitamos tener (con las y los voluntarios) para la preparación de los alimentos que cada día repartimos a quienes lo necesitan. Un día (hace pocas semanas) resultaba que eran las 10AM y no tenía proteínas. Revisé en la “despensa de los milagros” (un anaquel destinado para los víveres) y solo tenía varias latas de atún y unas cuantas libras de arroz. Me empecé a preocupar. Justo en esos momentos llega a la oficina la persona que nos ayuda con la logística (con su vehículo) para traer las proteínas desde el proveedor. Me dijo: P. Wilson hoy no me ha ido bien con las carreras (ya que se dedica al transporte informal), y no tengo qué llevar a mi familia para el almuerzo de hoy. Le dije: ven, llévate lo que hay en la despensa. Replicó. Pero Padre, ¿Tiene usted para los alimentos de hoy? Esos productos son para la obra. Le contesté: ¡Llévate! Tú siempre has estado cuando nosotros hemos necesitado. Tú necesitas ahora. Ya Dios proveerá. Se llevó los víveres que habían ahí con una alegría contagiosa, y dijo: hasta mañana, Padre. Luego, fui a donde estaba el Santísimo Sacramento, y recé el Rosario. Al volver a la oficina, y mientras pasaban los minutos, recibo una llamada de una persona que hace varios años ayudé con asistencia espiritual. Me preguntó cómo estaba. Le dije la verdad: no tan bién, Hijo, buscando apoyo, no para mí, sí para mis hermanas y hermanos. Me preguntó si estaba en la oficina. Le dije que sí. Me dijo: puedo ir ahora. Le contesté que sí. Al rato llegó. Me saludó y me dijo. Padre, usted hizo mucho por mí. Y le agradezco. He venido de EE.UU., y ahora me va bien. Por favor, puede acompañarme, pero cierre los ojos y déjese guiar. Yo accedí. Aquel hermano me condujo a la puerta de la oficina y me dijo abra los ojos. Los abro y observo dos camionetas llenas de víveres y de tarrinas. Eran muchas. Y muchos alimentos. Dios estuvo ahí”.
Cada vez que vuelvo a repetir en mi mente o ahora que estoy escribiendo lo que comenta el P. Wilson, es lógico decir: ¡Cómo Dios nos “da una bofetada”! ¿Pensamos ustedes y yo de esa forma: “Si tengo poco, pues ese poco es para mí y los míos, no para quien pueda necesitar, ya que ¿Quién me dará a mí?”?. ¿Nuestra clase empresarial y política piensa así?
Nos falta amar. Nos falta perdonar y agradecer. Nos falta, sobre todo, la divinidad en la vida.