Decir que el petróleo se agota es una afirmación que, al menos hoy en día, no se puede hacer a la ligera.
La voracidad con la que nuestra civilización lo demanda es francamente incompatible con su ritmo de generación en las profundidades del planeta. Esto le asegura su condición de recurso no renovable y su calidad de limitado, finito y, por tanto, temporal.
Sin embargo, para muchos no hay nada más discutible que una afirmación en este sentido a la luz de las proyecciones de la Agencia Internacional de la Energía (IEA, por sus siglas en inglés), que año tras año constituyen una referencia esperada que marca el estado de la cuestión.
Vale recordar que esta agencia fue creada en el marco del shock petrolero de 1973 por la Organización para la Cooperación y el Desarrollo Económico, un club de los llamados países “desarrollados” y altamente dependientes de los hidrocarburos, por lo cual se la suele asociar a un régimen de seguridad de suministro desde la perspectiva de la gobernanza energética global.
Entre los destacados del panorama energético mundial, presentado en noviembre pasado, se menciona que, alrededor del año 2020, EE.UU., el país con el mayor consumo de petróleo del planeta, superará la cuota de extracción del hidrocarburo y pasará a ser el principal productor del mundo, incluso por encima de Arabia Saudita.
Los precios actuales del crudo y la investigación en subsuelos de propiedad privada han posibilitado el acceso a reservas, antes no rentables, en el interior de rocas del subsuelo terrestre, el llamado petróleo de esquisto. Su extracción, que permitirá este nuevo ascenso, se sustenta en una tecnología conocida como fracking, cuyos detractores asocian, entre otras desdichas, a la posibilidad de generar movimientos telúricos por su agresividad en contra de las capas del interior de la Tierra.
Al parecer las cartas están sobre la mesa y la apuesta, impasible frente al riesgo, se hará en función de las promesas de reactivación económica y generación de empleos que trae consigo este esquema. Mientras tanto, más puertos esperan con avidez los barriles de los países exportadores para alimentar la adicción a los combustibles fósiles de una civilización insaciable.
¿Y después? Pensando estas categorías de la (geo)política real con rigor y sensibilidad, en términos de equidad intergeneracional, lo que cabe es defender el manejo soberano de los recursos naturales y afianzar los logros en la diversificación de la matriz energética.