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El Telégrafo
Aníbal Fernando Bonilla

Una mirada ciudadana a los medios

17 de noviembre de 2015

Los medios de comunicación poseen una fuerte influencia en las audiencias, con mayor peso en la actualidad ante el predominio tecnológico. Aunque al citar el término medios, estamos generalizando, por lo cual cabe puntualizar que la televisión tiene una marcada incidencia social, por encima de la radio y prensa escrita.

Bien lo dijo Ryszard Kapuscinski: “Convertida en una nueva fuente de la historia, la pequeña pantalla del televisor elabora y relata versiones incompetentes y erróneas, que se imponen sin ser contrastadas con fuentes auténticas o documentos originales. Los medios se multiplican a una velocidad mucho mayor que los libros con saberes concretos y sólidos”.

A esto se suman las herramientas digitales, quienes mantienen una especial dinámica en el vértigo de los días, prevalidos de internet. ¿Qué espera la gente de los medios? Responsabilidad, seriedad, pluralismo, difusión de los hechos desde el reflejo de la realidad (más allá de las percepciones, discursos, prejuicios y paradigmas). Sin embargo, esto no siempre se cumple a cabalidad en las salas de redacción.

Tal es el caso que los medios, a tono de la sobrevivencia en los tentáculos del mercado, comparten prácticas discutibles, como la crónica roja, en cuyas interlíneas brota sangre, violencia y sensacionalismo. Desde un lenguaje grotesco se reproduce un subgénero periodístico deformado -en la práctica- a partir de la carencia de eticidad.

Esas limitaciones profesionales también se muestran en las transmisiones deportivas -o para ser más explícito, futbolísticas- en donde el periodista traspasa las fronteras del hincha, con lugares comunes recurrentes y el uso y abuso de un pobre léxico. Comentarios van y vienen desde la pasión antes que desde el racionamiento serio. Se generaliza una narración que reproduce emociones desde el grito destemplado. Abundan los juicios de valor y escasean las estadísticas y las ideas contextualizadas.

Igualmente, el prurito del entretenimiento como elemento complementario del servicio mediático adolece de estándares básicos de calidad. Lo que prima en perjuicio de las audiencias es el burdo espectáculo, el morbo y el exhibicionismo. Los shows televisivos son una penosa muestra de lo que no debería proyectarse en la pantalla chica. Esto demuestra que no hay una adecuada producción nacional tras cámaras para redimir el tiempo libre de los telespectadores. Los programas de distracción -realities-, de impacto mundial, son una bofetada a la inteligencia de los receptores. La invasión mediática a la intimidad de la gente gira alrededor de intereses meramente mercantilistas, mas no de mecanismos pedagógicos que beneficien en la construcción de ciudadanía.

Desde esa lupa, la intención de estos espacios es acrecentar la sintonía en los mass media. Aunque aquello implique la banalización de las parrillas programáticas, particularmente de la TV, cuyos contenidos rayan en la mediocridad y lo superfluo.

Es necesario repensar tales contenidos ante la innegable responsabilidad social que poseen los medios y quienes los manejan. (O)

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