La pandemia nos ha traído el uso de nuevos términos y enfrentar nuevas realidades, por ello es tan frecuente escuchar hablar del regreso a la normalidad o de la nueva normalidad. Pero la verdad es que prefiero enfrentar el futuro con optimismo y por ello hablamos en esta columna de una “Mejor normalidad”.
Hacerlo de esta manera es ser proactivos, reconocer que en el pasado lo hicimos mal y hasta bastante mal, contaminando el ambiente, sin generar oportunidades para todos, con asimetrías evidentes en lo económico, la salud, la educación. Por ello no nos seduce volver a los antiguos esquemas y la semántica debe también acomodarse a la realidad de los tiempos post-pandémicos.
Así, dentro de esta visión, la pandemia debería significar un gran tirón de orejas a la humanidad, una resignificación de lo que habíamos hecho y establecer compromisos que nos lleven a un mejor futuro. Sin esa espada de Damocles pendiendo sobre las poblaciones del planeta, sobre las presentes y futuras generaciones, que cada vez más se pone en evidencia a través de los efectos del cambio climático.
Esa mejor normalidad suena a utopía, pero es bueno soñar y poner las bases para que los sueños se conviertan en realidad. Por ello vale la pena reflexionar en los ingredientes que nos sirvan para construir ese mejor planeta.
En mi calidad de educadora, insisto en que la mejor manera de remontar la situación que vivimos es a través de la educación, estableciendo mecanismos y sistemas colaborativos que arrojen resultados y mejoren lo existente.
Por ello hay que insistir en la necesidad de proveer a estudiantes y maestros de las herramientas de la conectividad y los equipos apropiados y capacitar a los maestros en estos tiempos en los que seguramente lo híbrido va a imponerse.
Así avanzaremos en la construcción de esa “Mejor normalidad” a la que aludimos.