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El Telégrafo
Samuele Mazzolini

¿Una Iglesia pobre y para los pobres?

17 de noviembre de 2015

A poco más de diez días de su simultánea publicación, Via Crucis de Gianluigi Nuzzi y Avarizia de Emiliano Fittipaldi dominan el ranking de los libros más vendidos en Italia. A pesar de ofrecer al lector hechos que son parte de lo que podríamos definir ‘materia de intuición pública’, los detalles escabrosos sobre la opulencia y la corrupción de los altos prelados del Vaticano no cesan de crear estupor e indignación.

En Ecuador la noticia aún no ha desatado un debate serio, lo cual sería un acto debido para un país de mayoría católica, ya que los feligreses del siglo XXI merecen una discusión informada sobre las jerarquías de su institución religiosa y los destinos del Óbolo de San Pedro, es decir las donaciones que llegan al Vaticano de las diócesis de todo el mundo. Estos libros cobran aún más actualidad para el país si consideramos que son el resultado de filtraciones de documentos reservados, y que los periodistas responsables por su publicación han sido ahora enjuiciados por la justicia vaticana. El paralelo con nuestro huésped londinense y su actividad es patente.

Los libros revelan las dificultades que los propósitos reformadores del papa Francisco están enfrentando. El despilfarro, los negocios sucios y los privilegios económicos de los purpurados son prerrogativas tan enquistadas en el sistema vaticano que era natural sospechar que la aparente celeridad de las reformas de Bergoglio fuese más optimismo que realidad. Eso no significa que el Papa no haya inaugurado un nuevo curso, sino que su implementación ha chocado con la difusa renuencia del aparato vaticano. En este sentido, la resistencia que la Curia romana tradicional ha desplegado hacia la visión de una ‘Iglesia pobre y para los pobres’ se suma al papel ambiguo jugado incluso por algunos de los nuevos personajes traídos por el Papa en su afán moralizador.

Los detalles contenidos en los libros son numerosísimos, aunque es sospechable que cubran solo una mínima parte de las fechorías cometidas en nombre de Dios. Destacan cuestiones como la posesión, por parte del Vaticano, de inmuebles en la ciudad de Roma por 4 billones de euros, muchos de los cuales son arrendados a precios irrisorios a personalidades destacadas y sus camarillas con fines de palanqueo político o económico. Particular atención han atraído los detalles de la lujosa reestructuración, pagada por la Fundación del Hospital Pediátrico Niño Jesús, del ático de 300 metros cuadrados del cardenal Tarcisio Bertone. Muchos casos tienen en cambio que ver con el discutido IOR (el Banco del Vaticano). Un aspecto particularmente problemático es la falta de colaboración con las autoridades italianas para identificar aquellos que han protagonizado blanqueo o fuga de capitales.

¿Es justo que los periodistas hayan publicado este material? Para el Vaticano, un Estado teocrático que no conoce lo que es la libertad de prensa, evidentemente no. Pero para los católicos modernos debería ser la ocasión para poner en discusión las instituciones que rigen su culto. El camino emprendido por el papa Francisco es el correcto, pero los trapos sucios no se pueden lavar internamente, como milenariamente hizo el Vaticano. Una ‘Iglesia pobre y para los pobres’ no puede prescindir de más democracia y transparencia. (O)

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