Una generación sin memoria histórica le está dando la espalda a la democracia y demanda gobiernos populistas, pensando que mejorarán sus condiciones de vida, nos comenta un filósofo español, añadiendo que algo hemos hecho mal los adultos cuando no hemos sabido transmitir la importancia de la libertad, la solidaridad y la tolerancia.
Y es que esa reflexión nos cae como anillo al dedo a los ecuatorianos en estos momentos y frente a las circunstancias que vive el país, entre las que se inscribe la crisis energética, inédita en la historia ecuatoriana, que sin lugar a dudas va a incidir en el proceso electoral que se avecina, en donde el presidente terciará con quince candidatos más, quienes obviamente apuntarán los dardos de esta crisis para deslegitimar al gobernante de turno y candidato, en ese afán de llegar a Carondelet, olvidándose de que son coprotagonistas de la misma, porque la inercia de los gobernantes nos está pasando factura amén del estiaje como fenómeno natural y el calentamiento global, culpa de la humanidad.
Una generación sin memoria es perniciosa. Un pueblo sin memoria es igualmente fatal para los destinos de la patria. Una generación sin memoria suena como una reflexión sobre el olvido de las experiencias pasadas, y es algo que parece caracterizar a ciertas generaciones en tiempos recientes, porque en una era de constante información, el valor de la historia y la experiencia se esfuma a veces, siendo reemplazado por la inmediatez y la búsqueda de la novedad.
La memoria es más que el recuerdo de eventos, es una construcción cultural que fortalece la identidad, ayuda a entender el presente y proyección al futuro. Sin este vínculo, las personas pueden volverse más vulnerables a repetir errores o perder la comprensión de su propio contexto cultural e histórico. Y eso es exactamente lo que estamos viviendo los ecuatorianos de este siglo, embobados en el mal llamado Socialismo del Siglo 21 que no es otra cosa que la pura expresión del populismo de izquierda, enemigo de los derechos y libertades, que en el caso Ecuador parió a una generación asesina, la de aquellas y aquellos jóvenes que estuvieron a la cabeza de la revolución de papel en la “Década perdida”, que mamaron de la teta del poder y se olvidaron que debieron ser el combustible social para el cambio y derrocamiento de las viejas estructuras.
Es esta generación amnésica de jóvenes que envejecieron prematuramente es la corresponsable de la crisis del país en la que se inscribe la energética y climática. Ergo, la culpa es de la vaca.