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El Telégrafo
Ramiro Díez

Historias de la vida y del ajedrez

Una criada que sabía demasiado

03 de agosto de 2017

Pasan estas cosas. Filiberto Commerson, científico inglés, enviudó y tiempo después se hizo amante secreto de su criada Jeanne Baret. Y como era el siglo XVIII y las potencias querían apoderarse del mundo con sus riquezas, Francia lo contrató a él para una expedición que duraría más de tres años por todos los mares. Primer problema: La pareja no quería separarse, pero en aquella época no se admitían mujeres en los barcos.

Jeanne, entonces, propuso: “Como tú eres tan importante, dices que necesitas un asistente. Ese asistente tomará el barco en otro puerto. Ese asistente seré yo, disfrazada de hombre.” Y lo hicieron. Engañaron a todo el mundo, Jeanne trepó al barco y la pareja tuvo la suerte de compartir el mismo camarote.

Pero Jeanne Baret, con o sin disfraz, era más que criada, amante y asistente. A lo largo de tres años, recorriendo todos los mares del mundo y en distintas islas y continentes, Jeanne clasificó más de 6.000 plantas, entre ellas la buganvilla que, injustamente, lleva el nombre de Antonio de Bouganville, el jefe francés de la expedición.

Pero a veces se conocen los secretos y el mismo Bouganville descubrió que el asistente de Commerson era en verdad una mujer y la condenó a muerte. No obstante, al final se apiadó y decidió abandonar a la pareja en la Isla Mauricio, en el Océano Índico, mientras la expedición continuaba su recorrido por todo el mundo.

Commerson murió al poco tiempo y Jeanne se las arregló sola, en la isla, hasta que se casó con alguien más y, tras mil peripecias, años después, pudo regresar a Inglaterra para descubrir que su trabajo científico de clasificación de miles de plantas, causaba furor en toda Europa, aunque su nombre no era conocido.

Años más tarde, Jeanne Baret recibió algunos reconocimientos. Varias plantas llevaron su nombre en la clasificación científica, aunque luego fueron renombradas de distinta manera. Al final, Luis XVI, antes de perder la cabeza en la revolución francesa, la utilizó para algo justo e inteligente: le concedió a Jeanne Baret una pensión vitalicia por sus servicios científicos, en gratitud por las plantas que había recolectado para Francia, y en homenaje por ser la primera mujer en dar la vuelta al mundo.

La buganvilla, que tantos jardines en el mundo adorna, debería llamarse, por justicia, baretina, para recordar a esta criada que se elevó hasta ser, aunque desconocida, la científica más importante de su época.

En ajedrez también, una dama bien colocada, garantiza lo mejor:

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Derecha: Jeanne Baret, Arriba: Filiberto Commerson. Abajo: la planta conocida como buganvilla. Al fondo las islas Mauricio.
Fotos: Internet
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