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El Telégrafo
Carol Murillo Ruiz - cmurilloruiz@yahoo.es

Una clase conservadora

01 de febrero de 2016

Se dice que cuando las sociedades se hallan en un punto de crisis e incertidumbre enseguida salta, desde su primitivismo, la fuerza de la conservación. Circunstancia ideal para implantar, en lo doméstico, algunas ideas que ensayen el control de comportamientos individuales y colectivos.

Las crisis económicas, recurrentes en el rito del capital, son avisos para la conservación, sobre todo de las clases conscientes de su peso en la estructura social y política. Suele suceder que las élites dilucidan mejor el juego increíble entre riqueza y pobreza en sectores emergentes y/o atravesados por el capitalismo financiero del siglo XXI. Tal expresión del peculio general es una ficción bien manejada por el uso del crédito, el interés o la refinanciación de una deuda específica. En ese infinito ir y venir de lo que se tiene y de lo que no se tiene, transcurre la ordinaria bondad del dinero como dependencia central de intercambios y necesidades.

Así, la fuerza de la conservación, derivada de toda crisis, detecta en la clase media su mejor agente de seguridad y aprensión. Es obvio que dicha clase tiene debilidades de definición en nuestro país. Sin embargo, su devenir social -ojalá fuera holográfico- es útil para distinguir hábitos urbanos e imaginarios rurales. Entre los hábitos está medir la realidad social cercana como referencia (arbitraria) de valores y virtudes. Y entre los imaginarios está vivir el tiempo lejos de lo inmediato y sin emular el éxito citadino. Las dos formas de asumir la vida social sufrirían un tajo fatal cuando las urbes (o su remedo) se atestaron de habitantes y no de ciudadanos.

El caso es que la función económica de la movilidad humana, ayer y hoy, determinó que la gente se afincara en labores, oficios, profesiones y negocios que cimentaron los mínimos y los máximos mercados. La clase media entonces, núcleo de la persistente movilidad social, en ciertos ciclos de escasez o bonanza, supone que su agitación y ascenso fija fidelidades a través de los medios y los modales cívicos. Y sin duda lo ha logrado: ninguna otra clase ha retocado, con talento, tantas matrices de opinión fieles al establishment. En semejante gesta esa clase alega prácticas urbanas del primer mundo, con el horrible contraste de que acá la ‘ilustración’ es una figura colonial de inocultable arribismo. Ergo, la crisis torna a la clase media más conservadora y sus augurios, ultramediatizados, pecan de apocalípticos y borrascosos.

Pero hay una pregunta clave: ¿los pobres no sufren la crisis? Por supuesto que sí; pero su actitud es la que transforma por completo su mirada y su acción social. No esperan avenirse a las normas del statu quo, hacen lo propicio para estremecerlo o removerlo, y una sola palabra precisa su coraje: justicia. A los pobres no les amedrenta la crisis ni los conservaduriza; por el contrario, les inyecta energía, ingenio, habilidades de lucha, dignidad y pasión.

Quizás haga falta enjuagarse de la aparente prosperidad para percibir que la vida es más que la clase social a la que se cree o aspira alcanzar, y que lo humano (y lo político) requiere de grandes desafíos todos los días. (O)

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