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El Telégrafo
 Pablo Salgado, escritor y periodista

Un universo de fantasmas y seres de otro tiempo

16 de octubre de 2015

Aunque nació en Cali (1957) es, sin duda, un gran pintor ecuatoriano. Y no solo porque así consta en todas las historias del arte nacional, sino porque Carlos Monsalve, aunque no ha perdido ese dejo caleño en el habla, ha construido toda su obra artística en el Ecuador, ama profundamente nuestro país y sus nuevas raíces, sus hijos, nacieron bajo el abrazador sol equinoccial.

Lo conocí al otro lado de la barra, en el Seseribó, cuando en Quito no había mejor lugar de encuentro para artistas y pensadores que ese espacio de rumba plena, gozo y conversa. Cuando en Quito aún había lugar para el encuentro. Cuando las noches se alargaban a tal punto que no morían nunca.

Charlie, como lo llaman sus amigos más queridos, acaba de publicar un precioso libro, de esos de antes, que es en sí mismo un objeto de arte, denominado “Universo Personal” (Imaginar ediciones, 2015, español-inglés) con la curaduría de Inés Flores, la edición de Octavio Peláez y textos de Marco Antonio Rodríguez y Jaime Zalamea y Roberto Rubiano, colombianos que vivieron largos y hondos años en Quito, justo en esos dorados tiempos del Sese. El libro contiene toda la historia de su trayectoria artística, lo que nos permite acercarnos a la diversidad de sus técnicas, temáticas, obsesiones y divertimentos. Pero, sobre todo, nos permite constatar que se trata de un gran dibujante y un magnífico pintor. En tiempos de imposición conceptual, la obra de Monsalve es la ratificación de la esencia del arte; sin caminos fáciles ni pasajeros y peor efímeros y complacientes. Su obra perdura y crece conforme dialogan aquellos seres mitológicos con la realidad.

“El centro de su temática es el ser humano; aunque en su obra aparecen también seres alados, figuras extrañas y entes mitológicos, como el centauro y el unicornio. A veces sus figuras se muestran en tercera dimensión, invitando al tacto”, señala Inés Flores. Sin duda, el secreto es el dominio de la técnica y los materiales que utiliza; el oficio. Ese que no se aprende sino en el día y noche del trabajo sin límites; profundizando, al mismo tiempo, la línea y los sueños. Solo el dominio de la técnica y la paleta permiten a su obra volverse impecable. Y ciertamente, Rubiano tiene razón: “Sin el dibujo, nada es posible”. Así lo reconoce el propio artista: “Amo el dibujo, honesto, sincero, escueto. Solo el trazo y el papel… ¡Qué gran placer!”.  De ahí también su pasión por las técnicas gráficas. A pesar de las nuevas tecnologías, Monsalve vuelve a las técnicas antiguas. Es más, trabaja en una vieja y preciosa, prensa de litografía del siglo XIX. En el libro, es el propio Monsalve quien escribe sobre la gráfica artística y sus diversas técnicas, la mayoría de las cuales las ejerce con absoluta solvencia: “De la vieja riña entre el agua y el aceite, surge el grabado al aguafuerte, hijo de la alquímica mezcla de ácidos, metales y barnices”.     

Así, el libro, y la exposición en Imaginar, nos muestra a un artista pleno y maduro, poseedor de un oficio de “fantasmas, de seres de otro tiempo”, y de un universo personal que nos envuelve, seduce y encanta.(O)

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