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El Telégrafo
Ramiro Díez

Historias de la vida y del ajedrez

Un médico, vendedor ambulante

Historias de la vida y del ajedrez
03 de julio de 2014

A doña Matilde la enterraron la semana pasada en Guayaquil. Con ella terminó un pedacito de historia que hay que contar. Era una abuela que parecía de más de 100 años. Sin embargo, su rostro surcado por los recuerdos se iluminaba cuando hablaba de una lejana noche en su Guayaquil de pasillos melancólicos y calores insufribles. Julio, su nieto, me contó que en su ataúd barato pusieron una foto descolorida, razón de su sonrisa.

Ella abrazaba la foto y en la foto alguien la abrazaba. Hace más de 20 años, ella misma me contó la historia de aquel retrato: En la década del 50, en Guayaquil, un muchacho de sonrisa luminosa y acento argentino, que vivía en un cuartito vecino, vendía hilos, agujas y lápices de colores en los buses y en lo que hoy es el malecón. Era un ganapán, un 7 oficios, vendedor ambulante. Una noche de intensa lluvia tocó a la puerta de su casa. Eran las 23:00.

– Me contó el zapatero, que su mamá está enferma. Déjeme ayudarla – dijo el joven.

Doña Matilde, de 20 años, fue reticente. Un vendedor ambulante, ¿qué podría contra los escalofríos y la fiebre de su madre? Antes de que pudiera decir algo, el muchacho ya había cruzado la puerta y miraba el cuarto que alumbraba una vela.

– Soy médico – afirmó, y entró.

– ¿Tú crees que mi mamá…?–  empezó a decir doña Matilde, pero cambió el estilo de la pregunta. – ¿Usted cree, doctor, que mi mamá…? –. No terminó la frase.

– Ya vengo. Manténgala hidratada. Déle alguna bebida tibia. Espéreme, que regreso enseguida – dijo el hombre. Y sin importar la lluvia apocalíptica corrió a buscar una farmacia. Regresó una hora después, bañado en lluvia y sudor, con los medicamentos y permaneció junto a la paciente hasta el amanecer.

En su cuartucho del barrio Las Peñas donde siempre vivió, doña Matilde lo recordaba como el médico que había salvado a su madre y deseaba, en medio de su pobreza, que el mundo tuviera más hombres como ese muchacho de mirada generosa. Por eso, años después, cuando ese médico llamado Ernesto Guevara fue noticia en Bolivia, doña Matilde supo que a ella le habían arrancado un pedazo del corazón. Y que debería irse de este mundo abrazando la foto donde él la abrazaba.

En ajedrez, como en la vida, no se puede ahorrar poesía:

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