Cuando acepté la invitación de participar en la nueva etapa de EL TELÉGRAFO tenía la intención de opinar sobre tres temas: la posibilidad de una economía más social y menos corporativista, la necesidad de fomentar la diversidad de género en el debate público y el apremio de interpretar mejor las estadísticas sociales.
Desafortunadamente, en este primer texto me siento obligado a discutir un tema también fundamental: el rol de los medios públicos. Esto viene motivado por un error descomunal cometido por este medio el 28 de noviembre, cuando se publicó una portada con un formato tendencioso y peligroso para el debate público, de tal forma que los lectores reclamaron la rectificación, obligando al medio a disculparse a día seguido.
La portada en referencia representa un ejemplo diametralmente opuesto al rol de los medios públicos modernos: espacios donde debe primar la veracidad, el contexto y equilibrio de los contenidos. Al constituir, en el periodismo, un ejercicio de reflexión de la política pública, se espera que sus redactores y editores consideren el efecto que tienen sus titulares, textos e ilustraciones sobre la sociedad; más aún cuando se trata de temas tan sensibles como el aborto.
El rechazo a esta portada y la posterior disculpa son una demostración no solo de la magnitud del error, sino del rol de la ciudadanía demandando un papel muy distinto para los medios públicos. Una vez que se han producido las disculpas, es momento de reflexionar sobre el aprendizaje que este incidente nos deja. Una opción sería naturalizar un periodismo desbalanceado que descuida las formas fundamentales que –en lo que respecta a la ley en cuestión– no hace justicia a lo que se discute en la Asamblea Nacional.
La segunda alternativa es procesar esta equivocación y enfocar la energía en respetar los principios de medios públicos modernos. Esta tarea es compleja, pero urgentemente necesaria; la democracia también se construye enmendando errores y escuchando demandas sociales. (O)