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El Telégrafo
Juan Francisco Román

Un cambio de paradigma urgente

23 de noviembre de 2021

En el Ecuador ser corrupto paga, y paga muy bien. Esta realidad, por más asquerosa que suene, es una certeza en este país, no hay vueltas que darle, la corrupción es un negocio extremadamente lucrativo y, para contrarrestarlo, el sistema no ha visto mejor cosa que hacer de la honestidad y cumplimiento un castigo.

Cuando vemos en los pocos (de los muchos) casos de corrupción que nos informan los medios de comunicación, entendemos que el corrupto ha estado haciendo eso por años, sino por décadas. Tan descarado es el asunto que cuando se descubre el acto donde lucraron ilegítimamente unos pocos cuantos, ya estos mantienen un patrimonio enorme, gigante, salido de toda lógica y, cuando la justicia actúa, lentamente, estas personas pagan algo de su pena en prisión y devuelven algo, no todo. El resto ya prescribió, ya se gastó, ya se repartió, ya no hay nada que hacer.

Este temeroso mensaje llega y cala al cumplido, al honesto. Este personaje, que es la mayoría, mira con pena y decepción como todo lo que ha trabajado, hecho y luchado correctamente, no sirve para nada. Es más, teme porque le viene algo peor.

Sí, como lo escuchamos, viene algo peor. La reactividad poco lógica, pero muy populista es que, al encontrarse el entramado de corrupción en un proceso público o privado, los legisladores (no solo Asamblea Nacional, sino que Ejecutivo, Fiscalía, y etc.) reaccionan urgentemente sin pensar más que cubrir el hueco para decir que hicieron algo. Esta reactividad genera, siempre, un nuevo requisito: un formulario más, una declaración juramentada más, una auditoría más, un proceso más. Lo que nuestros amigos que hacen esto no entienden es que esta adición de control más degenera en un gasto más, pero no para el corrupto, sino para el cumplido. El corrupto, tan experto como es, solo mirará como evadir ese control, una vez más; el cumplido, cumplirá, así le cueste.

En este sentido ilógico, la normativa a lo largo del tiempo ha ido poniendo más y más controles que solo los honestos cumplen, por lo tanto, ser cumplido es caro, difícil y no paga ¿Alguna vez en su vida, el Estado ecuatoriano le ha premiado por no cometer un acto de corrupción? No, nunca. Por otro lado, los que se robaron, lucraron y metieron la plata que no les pertenecía, simulando un acto transparente; sí, ellos, poco o nada les importa que les digan corruptos. Cuidado les vayan a decir ladrones a los que de repente salen con carros del año, casas enormes de la noche a la mañana.

La preferencia de meterse a la corrupción es lógica. Una persona con la oportunidad de hacerlo, la toma sin pensarlo dos veces, pues piensa, seguramente, que es una oportunidad que la vida le dio, ya que ser honesto solo le ha traído problemas. Repito, la honestidad no paga, en este país por lo menos es así.

Entonces, ¿cuál es el cambio de paradigma? Comenzar a premiar a los cumplidos, a los honestos; hacer, de una vez por todas, que sea mejor negocio ser honesto. Y para ello ya vemos algo de luces en reformas legales que se dieron cuenta que es mejor premiar al cumplido y que la justicia haga lo que tenga que hacer con el deshonesto. Las reformas a la Ley de Tránsito ahora te premian por no infringir la normativa anualmente, esto es esencial, es lógico, es necesario.

Pero no, en Ecuador si cumples con tus obligaciones anuales, el Estado te dice “más te vale”, y andan en una constante amenaza, cumpliendo con requisitos nuevos, abundantes y caros, porque alguien hizo trampa, y por eso, todos son tramposos.

Yo sería tan radical que, comenzando por el comercio privado, pusiese un semáforo de cumplimiento. Es decir, si una empresa y sus socios o accionistas han cumplido con todas sus obligaciones se le asigne una luz verde que signifique “honesto”; pero si una empresa está involucrada en un proceso de corrupción, o sus socios/accionistas, entonces la empresa se obligue a poner un semáforo rojo que diga “INCUMPLIDO”. Así, cuando vayamos a comprar un producto, veamos si decidimos comprarle a un corrupto o a un honesto, y solo ahí, ser honesto pagará y pagará muy bien.

Para esto la madurez política deberá estar a su tope máximo, pero aún estamos lejos de verlo, sentirlo y conocerlo. Esto es urgente, esperemos que alguien escuche, hasta tanto, seguiremos siendo un país donde ser honesto no vale la pena, no es negocio, no es lucrativo. Aunque para alguno pocos locos, el buen nombre y la honestidad les paga con algo que se llama honor. Un regalo que se lo han de dejar a sus hijos y a quién los rodea y ese, mis queridos amigos, es un tesoro que todos deberíamos añorar.

Comencemos por nosotros, consuma del emprendedor y del buen vecino a quién usted conoce. Es momento de hacer la honestidad un negocio lucrativo.

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