Hay quienes nacen para dejar huella, porque dicen lo que piensan y hacen lo que dicen. Ellos son ejemplos que conmueven. Claro que un día llega el tiempo, el implacable, y se los lleva. Y hay que recordarlos para que conservemos, a pesar de todo, la esperanza en el ser humano.
Uno de ellos se llamó Manfred Gnädinger, que un día, en su Alemania brumosa, se cansó de los oropeles de la vida de artista aristócrata, y llegó junto al mar para vivir casi como un animalito más, en medio de la más elemental de las subsistencias.
Manfred, o “Man” como era conocido, eligió un rinconcito en una playa gallega y lo convirtió en un museo de esculturas de rocas marinas al aire libre. Allí vivía como un anacoreta, alimentándose de algas y algún trozo de pan de manos solidarias que, a cambio, se llevaban las finas esculturas hechas con pequeñas piedras.
Y un día, oscuro en la historia aunque nadie lo mencione, un barco petrolero, el Prestige, se rompió y escupió al mar una pesadilla de petróleo que arrasó con toda forma de vida. Aquello fue un Chernobil marino, cubierto hasta hoy por una conspiración de silencio y corrupción. Este desastre costó la vida a todo aquello que respirara a muchos kilómetros a la redonda.
Y también costó la vida de Manfred que, con la tragedia, se hundió en una depresión fatal al ver los animales muertos, y una mañana también lo encontraron muerto sobre la arena. Manfred, durante los últimos años estuvo vestido apenas de un taparrabo que era la única riqueza de la que, por pudor, nunca quiso desprenderse porque todo lo demás lo entregó en vida. Ciento veinte mil euros que en su momento tuvo, los donó al gobierno español para proteger la naturaleza. Nunca se supo que pasó con aquel dinero.
Manfred , en su castellano con tropezones, en referencia a las huellas de petróleo sobre la playa, dijo: «Yo decir que esto no debe limpiarse nunca...Ser episodio de la Historia. Quedar así debe, para todos recordar quién es el hombre, porque el hombre no querer al hombre, ni al mar, ni peces ni playa. Quiero morirme con mis hermanos.”
Joan Isaac, cantautor catalán, de visita en nuestro país, compuso para él la más bella canción en su memoria. En ella dice: “Pero Manfred, qué le han hecho al mar, que el agua se ha teñido de muerte, que llegan a la playa oleadas de vergüenza que lo embrutecen todo… Y dicen las brujas marinas que te ven vagar por los arrecifes, como una sombra en tinieblas, vestido de desnudez y con un mar de tristeza en tus ojos… Pero Manfred, ¿Qué le han hecho al mar? ”
A diferencia de la vida real, en el mundo despiadado del ajedrez, todas las muertes regocijan.
1: T3D y el negro tiene que llorar.