En el barrio de mi niñez había un niño insoportable, con una madre angelical. En una ocasión, esa señora le pidió a su hijo que le entregara un suéter a un niño lustrabotas; era un gesto compasivo, pues en esa época hacía frío en Quito, aunque no lo crean. El muchacho insoportable le entregó la prenda al niño lustrabotas, pero a condición de que le limpiara sus zapatos.
Pues bien, al presidente estadounidense Trump le acusan de un abuso medio similar. El Congreso aprobó una ayuda económica para Ucrania (Ukraine, en inglés) y el republicano Trump retuvo el dinero, hasta que Ucrania averiguara si el exvicepresidente demócrata Joe Biden había cerrado una investigación sobre una firma en la que trabajaba el hijo de Biden.
El escándalo precisa de algunas aclaraciones. Ucrania fue una de las repúblicas socialistas soviéticas hasta 1991, cuando se independizó. Aunque es más del doble en superficie y población que el Ecuador, es una pulga para el oso ruso. Su lengua es el ucraniano, aunque casi todos hablan ruso como segunda lengua. Son lenguas similares. La pronunciación, como percibe un hispanohablante, es más suave en el ucraniano (llaman Iyar al de nombre Igor) que en el ruso (Igor, con G de gordo).
La diferencia está en las raíces y en los préstamos de vocabulario. El ruso tiene más raíces del antiguo eslavo eclesiástico y muchos préstamos franceses. El ucraniano tiene más raíces del eslavo original y muchos préstamos polacos. Siempre hubo rivalidades entre Rusia y Ucrania.
Cuando los alemanes invadieron la Unión Soviética en 1941, algunos ucranianos pensaron que venían sus libertadores, hasta que comprendieron que los alemanes eran peores. Por eso contribuyeron tanto en la Guerra. El político ucraniano Khrushchev se destacó en la defensa de Stalingrado y llegó a gobernar la URSS desde 1953 hasta 1964. Fue él fue quien cedió Crimea a Ucrania en 1954, tierra que ahora reclama Rusia con razón. (O)