De política ya no se habla mucho en la sobremesa del almuerzo del domingo, al contrario, dadas las pasiones que ahora nos inundan, se conoce de pactos en muchas familias para sacar el tema político de sus mesas. El debate está en las redes y fundamentalmente en Twitter. El espacio virtual es vital en la política, no solo porque las y los candidatos socializan sus propuestas de campaña, sino porque los impactos de la interacción que generan los usuarios de las redes tienen un efecto de contagio en amplia escala que va moldeando la opinión pública.
De acuerdo a Habermas, la esfera pública está conformada por espacios espontáneos en los que se delibera e interactúa al margen de los condicionamientos del mercado o del Estado, la base de la deliberación es la razón y a partir de esto se configura una opinión pública informada que cuestiona la política. En este sentido, cada vez más, Twitter se convierte en una herramienta que fortalece una reducida y maltrecha esfera pública en nuestro medio. Democratiza las interacciones sociales, en la medida en que cualquiera -con acceso a internet, un pequeño/gran detalle en nuestro medio- puede dirigirse a una autoridad o institución para cuestionar algún tema.
Los activistas en las redes suelen tener temas prioritarios y recurrentes que los movilizan al ‘tuiteo’ diario, sin importar tiempo ni lugar, lo hacen por causas que consideran justas. Entre los tuiteros se establece una suerte de sinergia que provoca que los mensajes se tuiteen y retuiteen, generándose una tendencia. El uso de hashtags ayuda a este proceso. No obstante, la participación en estos escenarios hace que los militantes confundan lo virtual con lo real, o que piensen que un tuit salvará al mundo. Cómodamente desde nuestras tablets o celulares creemos que podemos influir en un tema político, y al final, las calles y plazas se van quedando desiertas de los antiguos activistas.
Los políticos y sus asesores han entendido lo ineludible del uso del Twitter, sin embargo, suelen activarlo en campañas y luego se olvidan de su cuenta, como nos acabamos de enterar acerca del escaso uso que hacen de esta herramienta los asambleístas. La formalidad de los mensajes, por parte de ciertos políticos o instituciones, contrasta con el carácter espontáneo, irreverente y mordaz que caracteriza a los textos de Twitter. La política en 140 caracteres despierta pasiones y desencuentros que no siempre se saldan de buen modo. Se provocan, a veces, verdaderos ‘linchamientos’ tuiteros a ciertos personajes públicos, que no se conduelen con su humanidad. Los políticos han dimensionado su impacto y en regímenes autoritarios, como Turquía, se ha prohibido su uso.
Asomarse a la cuenta de un tuitero/a nos muestra claramente su personalidad e intereses. Por eso mismo, la idea de que internet -y Twitter en particular- se convierte en un espacio totalmente libre y espontáneo no es del todo real. Las y los tuiteros están sobreexpuestos, sus tuits quedan grabados y frecuentemente son monitoreados e incluso algunos han sido amenazados. No obstante, es una red de profundo contenido político que fortalece una cierta esfera deliberativa.