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El Telégrafo
Samuele Mazzolini

Turquía: Erdogan restablece su hegemonía

03 de noviembre de 2015

Pocas semanas antes de las votaciones de este domingo, un cobarde atentado terminó con la vida de más de cien personas que se habían congregado para manifestar en las calles de Ankara en contra de la reapertura de las hostilidades entre las Fuerzas Armadas turcas y los separatistas kurdos del PKK. Mientras el Gobierno turco aún no parece haber dado respuestas particularmente enérgicas al trágico evento, para colmo de males el presidente Recep Tayyip Erdogan especuló que, detrás del atentado, podía haber la mano de los mismos kurdos. Es solamente uno de los innumerables ejemplos de cinismo por los cuales cuesta poder creer en el mensaje de estabilidad y seguridad que ha permitido al Partido de la Justicia y el Desarrollo (AKP), la formación conservadora de inspiración islamista que gobierna el país desde 2002, reconquistar la mayoría parlamentaria.

No era un escenario esperado. Los sondeos avizoraban de hecho la posibilidad que las urnas devolviesen otro parlamento colgado, así como sucedió en junio, razón por la cual se volvió a votar en tan poco tiempo. La política del miedo, en cambio, en un contexto político y social explosivo que Erdogan ha explotado (y en parte creado) hábilmente, ha dado sus frutos. Si bien su nombre no aparecía en las papeletas, logró transformar estas elecciones en un plebiscito sobre su figura, generando la aparente necesidad de que el país continúe siendo gobernado por un hombre fuerte, capaz de enfrentar enemigos que, más o menos arbitrariamente, ha escogido para este efecto. Después de todo, la tarea de diseñar los contornos del discurso público, seleccionando la agenda y dictando sus  tiempos, es más fácil cuando se encarcelan los periodistas opositores y se reprime el disenso, así como ha venido haciendo Erdogan en los últimos años, y con aún más esmero, en las últimas semanas.

Pero su sueño de cambiar la Constitución y hacer transitar Turquía de una democracia parlamentaria hacia una presidencial, podría verse nuevamente frustrado. Aunque ahora su partido tendrá una mayoría suficiente para formar un gobierno sin tener que aliarse con nadie, le faltan aún los escaños necesarios para poder impulsar una reforma constitucional. Se trataría, sin embargo, de ratificar una situación que ya existe de facto, dado que la actuación política de Erdogan -similarmente al caso de Putin en Rusia- excede el papel ceremonial que le atribuiría constitucionalmente la Presidencia.

Las elecciones de junio habían hecho pensar en un punto de inflexión en la política turca, una posible primera señal de insatisfacción popular hacia el conjunto de autoritarismo, oscurantismo religioso, neoliberalismo y corrupción que ha caracterizado la política de Erdogan. La victoria relativa del izquierdista Partido Democrático de los Pueblos (HDP) lanzaba un mensaje esperanzador sobre la posibilidad de un cambio político. Si bien en esta ocasión también el HDP logró superar el umbral electoral impidiendo así la supermayoría que buscaba el AKP, su baja electoral, junto a la incapacidad de los socialdemócratas de aumentar su consenso, echan serias dudas sobre las posibilidades de que la sociedad civil logre, a corto y mediano plazo, contrarrestar la siniestra hegemonía del populismo conservador de Erdogan. (O)

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