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El Telégrafo
Guido Calderón

Turismo de lujo

09 de agosto de 2015

En el planeta entero no es posible estandarizar la calificación de los hospedajes. Los ingleses tienen su propia calificación, los europeos otra similar, los norteamericanos una diferente y en Ecuador tenemos nuestra propia mezcla, los hoteles son distinguidos por estrellas y las hosterías por categorías, acá una hostería de primera puede ser entendida por un extranjero como de una estrella, que es la más baja calidad que ellos consideran.

¿Una suite en el penthouse de un rascacielos en Nueva York es más lujosa que una cabaña frente al mar cristalino en Honolulú o una habitación dentro de la selva de una isla escondida de Indonesia? Depende de la persona, de su cultura, sus aspiraciones, conocimiento del mundo. Muchas veces envidiamos a los muchachos que hacen surf, beben cerveza alrededor de una fogata  y duermen en la playa en una carpa, mientras nosotros estamos en el frío hotel 5 estrellas llenos de lujos, que en vez de disfrutarlos nos impiden asumir el mismo comportamiento despreocupado de los surfistas.

El lujo es tan relativo que llevamos más de un siglo tratando de estandarizar qué es más lujoso o realmente no lo es. Costa Rica, a más de estrellas, complementa la calificación de hospedajes con ‘hojas’. Un albergue en medio del bosque con 3 estrellas puede tener 3 hojas verdes, lo que suma una calificación de 6, que en la práctica lo hace superior a un Hilton de 5 estrellas, a la vez que le autoriza a cobrar más que la famosa cadena. Las hojas son entregadas en función de la sostenibilidad que ha asumido el hospedaje y ganarlas exige labores de reciclaje, equidad de género, valorar los activos culturales de la zona, resaltar los sabores locales, comercializar con  campesinos.

Visto así, una ensalada de frutas en una apartada selva puede ser un lujo de sostenibilidad que llena de orgullo al turista por su aporte a la conservación del planeta. Contrario a lo que nos puede suceder en un hotel 5 estrellas en una capital mundial, donde una similar ensalada hecha con frutas importadas del resto del mundo hace que su huella de carbono sea gigante y nos convierte en cómplices del calentamiento global, a más del derroche de papel, energía, alimentos que nos hace sentir más culpables, si es que tratamos de ser viajeros sostenibles.

El hecho de que el paisaje sea paradisíaco no justifica la carencia de servicios básicos, de un buen trato al visitante, de seguridad en calles y caminos, de una buena cama. Eso nos sucede muy seguido, creemos que el paisajismo sirve de colchón, y no es así. Ecuador es abundante en paisajes donde las estructuras turísticas establecidas son precarias, su modernización implica inversiones que no están a la mano de los emprendedores y el flujo de turistas no es rentable.

Todos somos orgullosos de los parajes que nos vieron nacer y creemos -erróneamente- que todo el mundo querrá vivir ese ‘lujo’, pero el mundo turístico es y siempre será un negocio donde los sentimentalismos solo valen si la infraestructura realmente está a un nivel superior, con todas las comodidades tecnológicas, que permitan compartir al turista al instante el lujoso paisaje que motivará a otros a venir. (O)

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