En nuestro país estamos viviendo una etapa propicia para las travesuras politiqueras, de aquellas que se repiten en la historia ya vivida por antiguas y contemporáneas generaciones.
Desde el momento en que algunos actores políticos, de poca o ninguna sustentación ideológica, atisban la posibilidad de sacar algún provecho personal con la aplicación de una dosis de oportunismo, el panorama se vuelve oscuro, tenebroso, opaco.
Con motivo del requisito legal de inscribir, con el respaldo de miles de firmas auténticas, a los movimientos o partidos políticos para obtener el derecho a participar en las próximas elecciones, salen a flote las ambiciones para tratar de ser parte y escribir la nueva historia, la actual.
Causa tristeza y desaliento ver cómo fueron despilfarrados muchos de los esfuerzos y sacrificios cumplidos por decenas de miles de ciudadanos que quisieron construir un sueño de transformación de la sociedad, como fue el caso de quienes militaron en la extinguida fuerza que se llamó "Izquierda Democrática", cuyo epitafio acaban de terminarlo cuatro innombrables pero perfectamente identificados.
Por ser un hecho público y notorio, todos los ciudadanos implicados como actores u observadores tienen derecho de emitir opiniones por certeras o disparatadas que resulten, porque la historia está escrita.
Sus despojos pueden ser retirados o feriados, que ya nadie puede reconstruir lo que está destruido.
Por fortuna quienes quieran usufructuar de esos despojos tendrán que volver a intentar escribir páginas de la nueva historia. Pero deberá ser “nueva historia”, porque la anterior no puede repetirse.
Es grave que hayan personajes que fueron parte o pululaban alrededor de esa fuerza para ver cómo podían aprovecharse de ella: Hay por allí un presunto actual precandidato a la presidencia quien, a pesar de haberse beneficiado para llegar a ser candidato a varias dignidades de elección popular, nunca quiso afiliarse, demostrando que tenía mucha pasión política por "llegar a servir a la patria", pero ninguna afinidad ideológica como para sacrificarse en pos de ayudar a la estructura partidista que terminó secuestrada por la inconsecuencia de los sepultureros.
Como él, decenas, centenares o miles de casos similares, que se repetirán en todas o casi todas las fuerzas políticas debilitadas, precisamente, por las jugarretas de las ambiciones personales.
Y todavía hablan de “cambios” que demanda el país, que si bien tienen una derivación política partidista, no llegarán a lograrse si de por medio no hay una firme identidad ideológica que sustente la propuesta de transformación.
Esta dolorosa realidad da pábulo para que los vivarachos, oportunistas, sigan haciendo “su agosto” en el mes de febrero próximo.