Paul Oquist, prestigioso cientista social, ha esbozado una original teoría sobre el desequilibrio civilizatorio que atraviesa el orbe, en especial el planeta pudiente, que no solo se circunscribe a problemas de hambre y desempleo, el crimen organizado, el terrorismo, la demanda energética la polución, la baja de la calidad de vida de sus ciudadanos y en especial la deshumanización de las sociedades judeo-cristianas. Aquellas que años atrás Max Weber sostenía que al optar ellas por el desarrollo como ideal de progreso en un ámbito “de normas severas, estables, eficientes, que combinadas con tesón, disciplina, austeridad y ahorro”, aceleraron el avance de la humanidad.
Pensamiento establecido frente al crecimiento capitalista keynesiano, del siglo pasado, que no es ni puede ser el mismo, del que ha ganado la partida en la actual centuria XXI. Y es que la nueva faz del capitalismo especulativo financiero que no crea trabajo ni riqueza social, donde el atasco financiero es la regla y la progresión una rareza, el ente dinero es deidad de pocos, creador de calamidades mundiales, mutaciones económicas, el rigor de guerras en Oriente Medio que ahora trata de extrapolarlas a Venezuela, muestra su concupiscencia como expresión de éxito y eficacia. Esta realidad, según Oquist, plantea corolarios evidentes sintetizados en preceptos sociológicos históricos puntuales. Así entonces considera que: 1.- La civilización occidental alcanzó la cúspide en la década del ochenta, un lustro después comenzó su descenso 2.- El declive civilizatorio coincide con el esplendor de la actividad financiera especulativa global. 3.- La arquitectura económica mundial requiere gestión democrática sin hegemonías de países o grupo de Estados, por grandes que sean.
El diagnóstico de Paul se compadece con lo que sucede en la Europa de hoy, precisamente en la cuna de la cultura occidental: Grecia, donde un pueblo cansado de soluciones derechistas y socialdemócratas sorteó un nuevo camino eligiendo un régimen nuevo. La formación política socialista actualizada y realista que ha asumido el mando del Estado griego con líderes patriotas, ilustrados, es un viento fresco, para solventar alternativas para vencer el trance que agobia al país desde hace décadas, por el manejo irresponsable de la macroeconomía y una corrupción arraigada y vil. Estos desajustes económicos acentuados hoy por la negativa de la ‘troica’ de renegociar términos de la deuda contraída con Europa, por gobiernos anteriores, son muestra evidente de la intención política para que la gestión de Tsipras fracase y vuelvan figuras responsables del dolor de tantos.
Y es que en el ingreso de Grecia a la zona euro, analistas serios consideran que no se examinó la magnitud de su crisis estructural. Y aquí unas digresiones válidas: ¿El hecho simbólico de ser Grecia la cuna de la democracia fue incentivo dominante para incluirla en el proceso integrador europeo? ¿Se inobservaron exigencias con las que se evaluaba a otros postulantes? ¿Su acceso fue el fruto de una maniobra política del stablishment de la UE? Mas, la problemática griega amerita ser analizada a luz de cifras no financieras, sino humanas, veamos: cinco mil suicidios en 5 años; un tercio de su población joven fuera de sus fronteras buscando trabajo, millones de obreros cesantes o reducidos sus sueldos y perdidos sus derechos sociales. Moira, en el género de la tragedia griega, es el destino, fuerza mayor a hombres y dioses, capaz de generar hechos sin tiempo y espacios o actos pasados que afectan el futuro. El plan creado por la UE para Grecia semeja los dramas ineludibles. Mas el pueblo griego optó por la senda de la libertad, la de Esquilo y Eurípides.