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El Telégrafo
Rebeca Villota

Todos quieren ser futbolistas

04 de diciembre de 2022

Risas y gritos llaman mi atención hacia una pequeña cancha de tierra. Cuatro palos, colocados en los extremos, sirven de arcos. En ella, niños y jóvenes se divierten jugando fútbol. La mayoría solo lleva una pantaloneta y unos zapatos rasgados. 

Nada les quita la alegría del juego. No les importa el sol canicular y las altas temperaturas que a los serranos nos tiene agotados. Llevan toda la mañana pateando la pelota y puedo admirar en ellos, rapidez y agilidad, como habilidades innatas en el manejo de una pelota vieja.

Sus condiciones de vida son mínimas. No reciben buena alimentación, ni educación de calidad.  Muchos de sus padres no tienen trabajo. A su edad quizás no alcanzan a dimensionar que haber nacido en una de las provincias más pobres del país y con altísimos niveles de violencia no les augura un futuro esperanzador.

El fútbol para ellos es como una tabla de salvación. Ahora es su entretenimiento favorito, mañana puede ser su modo de vida. Tienen como referentes a Domínguez, Arboleda, Torres, Porozo, Hincapié, Estupiñán, Pacho, Cifuentes,  Preciado,  Valencia y muchos otros.

Ver jugar a sus estrellas en el mundial les pone a soñar a ellos y a toda la familia. Todos se proyectan en el éxito de los jugadores esmeraldeños. Saben que son buenos tocando el balón y podrían ser mejores si lo hacen en una cancha de verdad.

Desde hace algunos años los clubes profesionales han desarrollado procesos exigentes de captación de niños y jóvenes para incorporarlos en las divisiones menores. Los seleccionados dejan su ciudad natal, sus familias, sus costumbres para empezar un proceso de formación exigente e integral.

Lo más fácil dicen los expertos son las dos horas de entrenamiento, lo difícil es aprender a gestionar las 22 horas restantes en lo relativo a educación, descanso, alimentación y diversión, entre otros temas. La presión es alta y no todos pueden con ella.

Todos llegan con la aspiración de llegar a ser profesionales, pero son pocos los que terminan pasando a las divisiones superiores. Salen al menos con una formación que podría ayudarles a desarrollarse en otros campos.

Más allá de este proceso que realizan los clubes privados con miras a fortalecer sus estructuras, el Estado debería tomar en cuenta que el fútbol trasciende su condición de deporte para convertirse en un hecho social, cultural, político y económico, que puede a través de esta dinámica convertirse en un factor fundamental para combatir la pobreza y la violencia en muchas provincias del país.

Si esto sucediera tendríamos muchos de estos niños y jóvenes, convertidos en estrellas, no solo alegrándonos la vida a los ecuatorianos sino a las hinchadas de otros países.

Es hora de darles esta oportunidad.

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