Todo lo esconde, al final, el mercado. Mira a tu alrededor. Mira lo que se ha construido en torno al Mundial. Mira a tu alrededor cibernético. Las sombras que se han construido detrás de la fiesta del fútbol, que mucho se ha convertido en “ese mes cada cuatro años que puedo insultar a los negros en nombre de la patria”. Mira la parafernalia, mira la indumentaria, mira los servicios, los viajes, los panas que se van, los que ya están regresando, los que nunca se podrán ir, hasta ese bicho raro, medio intelectual y de vanguardia, que dice no estar interesado en nuestro opio.
Pero nuestro opio es solo una extensión, una manifestación en esteroides, de nuestra realidad. Esa bola que están pateando fue hecha por un grupo de gente al que no se le ha garantizado su derecho a sindicarse o negociar contratos colectivos. La materia prima con la que fue hecha la bola fue producida por un grupo de personas, menores y mayores de edad, que no reciben un salario que les permita subsistir (la palabra clave aquí es ‘subsistir’). Y lo triste es que no logramos asumir que no es la bola la que permite que se lleve a cabo el Mundial -a fin de cuentas, lo único verdaderamente indispensable para jugar- sino la explotación de los ocultados por el mercado.
Ahora, el fútbol ha entendido cómo jugar en el mercado. Y ha logrado entrar en su dinámica como pocos otros conglomerados. Ha creado la capacidad de vender y venderse, como mercancía, a partir de unas capacidades, las cuales pertenecen, en definitiva, al club en el que juego. Mi ‘pase’ no es más que el equivalente del pasaporte del trabajador hindú en Catar, que le fue retirado por el empleador y sin el cual no puede salir de Catar. Es su ‘carta pase’, sin el lujo de un salario de siete dígitos.
Un salario de siete dígitos por patear una pelota, al fin de cuentas. Un salario de nueve dígitos para un portugués que juega en un país con una tasa de desempleo del 20%. Es la dinámica en la que vivimos. Y el único medio en que el fútbol puede ser el fútbol que conocemos.
Pero eso no nos importa. Vemos la inauguración, la criticamos. Vemos la camiseta de la selección, la criticamos. Vemos a nuestros jugadores, los criticamos (léase insultamos). No pasa de eso.
Todo lo esconde, al final, el mercado. O simplemente preferimos no ver.