Hoy pido su licencia para compartir la indignación que me producen, a partir de mi experiencia, las situaciones de injusticia, maltrato y falta de solidaridad con quienes sufrimos alguna discapacidad. No tienen por qué saber que nací sin una pierna por cuenta de una droga llamada Talidomida, y lo que me ofende no es haber nacido así, sino el trato que las personas con discapacidad recibimos de una sociedad indolente.
Regresé al Ecuador de L.A. en época de la dictadura del 76, luego de un largo proceso quirúrgico, con 15 años, mis muletas, mi primera prótesis y, por primera vez en mi vida, con “dos” zapatos. El aeropuerto no era entonces lo que es hoy el José Joaquín Olmedo, con sus facilidades y servicios. La primera ofensa la recibí de un militar a quien pedí con gentileza que me ayudara a mover mi maleta hasta la salida donde esperaba mi familia; la respuesta que recibí fue: “¡No soy cargador!”. La impotencia aún me invade.
Corría el 2001 cuando fui al hospital a que un médico certificara que no tenía la pierna para obtener mi carnet de discapacidad. Esto no tendría importancia de no ser porque, una vez verificado el hecho, me dijo, mientras yo “reventaba” de impotencia, que no me lo daba si no me tomaba una radiografía. ¡Genial! Rayos X de una pierna “inexistente”.
Hace poco, hacía cola en la caja preferencial de Megamaxi. Delante de mí había tres “avivatos”, pero como las otras cajas estaban muy llenas me quedé en esa. Con suerte, el supervisor se acercó e hizo que la cajera nos diera prioridad a una anciana y a mí. La “viva” de la fila comenzó a gritar que la sacaban para atender a un periodista. Mi indignación no tuvo límite y, mientras le mostraba mi carnet a la cajera, le di una pública repelada a la dama, que no sé si pensó que yo usaba un bastón para lucirme.
En otra ocasión, llegué a un banco lleno y me puse en la fila preferencial, el guardia me observó, vio mi bastón y, en vez de pedirme mi carnet, me preguntó con sorna y en voz alta: “¿Es usted de la tercera edad?”. Mi indignada e irónica respuesta fue: “¡No señor, soy cojo!”. La carcajada del público no se hizo esperar. Sin embargo, no he de negar que me estresan estas filas por ese tipo de actitudes, como si trabajar en TV nos excluyera a las personas de sufrir una discapacidad.
Aplaudo al vicepresidente Lenín Moreno y los esfuerzos de este gobierno en beneficio de las personas con discapacidad. Ustedes dirán que estamos en el 2011, que las cosas han cambiado; mi pregunta es: ¿Ha cambiado nuestra sociedad? No lo suficiente para tener un país incluyente.